QUE SIGNIFICA FILOSOFÍA
Hacia una definición de la filosofía.
1. La definición nominal de la filosofía.
La
cuestión de poder llegar al “Concepto” de la filosofía, sólo es posible, pues,
tras haber filosofado; y no de cualquier modo; sino de una manera insistente y
tenaz, puede llegarse a la posesión de una idea auténtica; realmente vívida, de
lo que es la filosofía.
Sin
embargo, tan cierto como esto es que, sin una “idea previa”, todo lo modesta
que se quiera, de lo que es una determinada actividad científica; se nos hace
tarea imposible, cualquiera sea el grado o la medida en que ello se intente. De
ahí la conveniencia; en nuestro caso, de una inicial aproximación a la esencia
del saber filosófico.
En general, toda “definición” puede verificarse de una doble manera: como
definición nominal o como definición real; según
se atienda, respectivamente; a la palabra o nombre con que designamos a una
cosa, o a la propia y formal constitución. Cuya esencia se busca, de la cosa
nombrada.
Diferencia entre Definición Nominal y Real.
La
definición nominal ofrece, pues, la significación de una palabra; en tanto que
la definición real es expresiva de la esencia de una cosa.
Antes
de dilucidar la noción esencial de la filosofía, consideraremos la
significación de la palabra con la cual la nombramos. Pero la propia definición
nominal es susceptible, a su vez; de dos modalidades: la etimológica y
la sinonímica; según de que método nos valemos para manifestar
la significación de un término sea el recurso a su origen; o la aclaración por
otras voces más conocidas y de igual significación.
Definición Etimológica
La
definición etimológica es una especie de genealogía verbal; una cierta
hermenéutica histórica de las palabras. La voz castellana “filosofía” no es
otra que su procedencia de la latina philosophia; que es eco,
a su vez; de la voz griega de análogo sonido. El término griego filosofía es un
nombre abstracto; en cuya composición interviene; junto a un término derivado
de una raíz que significa, en un sentido amplio, -philos- en castellano “amar”;
un ilustre vocablo -el de Sofía-, cuyo equivalente latino es el término sapientia,
que traducimos por “sabiduría”.
Filosofía es, así, etimológicamente, el amor o tendencia a la sabiduría.
Es
explicable que la voz Sofía aparezca en autores que no usaron el término
compuesto. Pero el sentido de la palabra Sofía era muy amplio y comprensivo en
sus orígenes; Homero la empleaba para designar, en general; toda habilidad,
destreza o técnica; tales como las que poseen los artesanos, los músicos y los
poetas. Herodoto llama "sofos" a todo el que sobresale de
los demás por la perfección y calidad de sus obras. Análogo sentido tuvo en sus
comienzos el término “sofistes”; antes de revestir la significación peyorativa
a que se hicieron; en buena parte, acreedores los intelectuales zaheridos
por Platón.
Origen del término Filosofía.
Parece
que fue Heráclito quien por primera vez empleó el término filosofía. Hay una
venerable tradición que atribuye a Pitágoras la invención del vocablo. Según
esta tradición, cuyos más destacados promotores fueron, en la antigüedad,
Cicerón y Diogenes Laercio; eran llamados “sabios” los que se dedicaban al
conocimiento de las cosas divinas y humanas y de los orígenes y causas de todos
los hechos; pero Pitágoras, habiendo sido interrogado acerca de su oficio;
respondió que no sabía ningún arte, sino que era, simplemente filósofo; y
comparando la vida humana a las fiestas olímpicas; a las que unos concurrían
por el negocio, otros para participar de los juegos; y los menos, en fin, por
el puro placer de ver el espectáculo; venía a concluir que
sólo éstos eran los filósofos.
La
autenticidad de este relato ha sido discutida por la moderna crítica; más la
anécdota vale en cualquier caso como emblema del noble y desinteresado afán que
conduce a la búsqueda del saber; y que se ha conservado, durante milenios, como
uno de los rasgos esenciales de la actitud filosófica.
El Verbo filosofar.
El
verbo “filosofar” (filosofein) se encuentra en Herodoto; quien atribuye a Creso
la siguiente frase, dirigida a Solon: “he oído que, por el placer de la
especulación -seories eineken- has recorrido, filosofando (filosofeon), muchos
países. Y Tucidides pone en boca de Pericles, que se dirige a los atenienses;
estas otras palabras: “amamos la belleza con simplicidad y filosofamos sin
timidez”.
La
articulación más coherente de los dos elementos que entran en la voz
“filosofía” -y, al propio tiempo, su más penetrante exégesis- es la que hace
Platón en el “Banquete”. Apoyándose en la mitología del Eros; el
discípulo de Sócrates hace
decir a éste, al que finge inspirado por la sacerdotisa de Mantinea; que el
Amor no es un dios, sino un ser intermedio, el daimon (daimon) entre dioses y
hombres. Hijo de Poros (la abundancia) y Penia (la escasez y penuria);
participa, a la vez, del opuesto carácter de sus progenitores.
La Filosofía como justa medida de la posibilidad intelectual del hombre.
No
es pues, ni la opulencia misma, ni la pura miseria; ni la cabal posesión, ni la
indigencia estricta y absoluta. La filosofía, por tanto, no es ignorancia ni
sabiduría, sino algo que no tiene el ignorante (que ni siquiera llega a
percatarse de su propia ignorancia), y de lo cual está dispensado el sabio.
En
rigor, la “modestia” socrática, por la que se concibe a la sabiduría como algo
divino, más allá de los límites de nuestra natural capacidad, es la expresión
de la filosofía como justa medida de la posibilidad
intelectual del hombre. La ignorancia total es infrahumana; la plena e ideal
sabiduría excede nuestro ser; únicamente la filosofía es natural y propiamente
humana.
Esta versión de la filosofía como vislumbre de algo que no llega a alcanzarse
por completo -como un remoto atisbo de la Sabiduría- es la más honda
significación de la teoría platónica aludida. Tratase, pues, no de la misma
sabiduría, sino tan sólo el reflejo o participación de ella, que al hombre le
es posible conseguir. De tal suerte, por tanto, que lo que este saber tiene de
“humano”, le falta de “saber”, y es así, esencialmente una tensión,
más que una posesión o un verdadero logro.
Definición Sinonímica
Nuestra
lengua carece de una correspondencia sinonímica estricta de la palabra
“filosofía”. En compensación, muestra cierta abundancia de vocablos y giros
relativamente afines. Como es natural, todos ellos traducen de algún modo;
corrientes y doctrinas filosóficas que han impregnado la literatura y el idioma
usual. Por lo demás, es muy explicable que lo que ha trascendido al lenguaje
común; sean más bien las resonancias prácticas y las acepciones concretas; y no
los contenidos puramente teóricos de esas concepciones. Por su especial
influjo, merecen destacarse entre ellas el antiguo estoicismo; la
tradición escolástica y; por último, la moderna
corriente positivista.
Estoicismo
La
huella del estoicismo se advierte en nuestra lengua en los giros y términos que
expresan una idea de la filosofía como actitud serena ante la vida y las
vicisitudes de la existencia humana. Es un lejano eco del viejo ideal práctico
del “sabio”, ya formulado en Grecia y que Roma acogió con entusiasmo; idea en
la cual la sabiduría, más que un sistema de especulaciones constituye un estilo
y un tono existencial.
En
su virtud, es filósofo sólo aquel que “sabe” conservar el dominio de sí mismo,
tanto en el éxito como en el infortunio; el que mantiene imperturbable el ánimo
en cualquier ocasión. “Tomar las cosas con filosofía” es una frase que se
deriva de esta actitud; lo mismo que el empleo de nuestro término como sinónimo
de “calma” y de “paciencia”, y aún de una cierta idea, no exenta de ironía en
ocasiones, de sosegada resignación y consuelo.
Escolasticismo
La
tradición del escolasticismo se manifiesta con el empleo de términos tales como
los de “ciencia” y “sabiduría” en su acepción puramente secular, distinta del
sentido y origen sobrenatural y divino de la fe y la sagrada teología.
La
filosofía es, así, mera sabiduría del siglo, por oposición a la teología de la
fe, que se ampara en el dato revelado. Es verdaderamente notable la riqueza que
tiene nuestra lengua en vocablos de origen escolástico y de la más clara e
intencionada acepción metafísica.
Pero la misma idea del saber filosófico, tal como esa tradición lo entiende, no
es traducida siempre con el mismo acierto; en ocasiones se la designa
denominando al todo por la parte, como cuando se la hace equivalente a la de
“metafísica”; otras veces se atiende demasiado a las connotaciones prácticas
del término y se la llega a identificar con la “prudencia”, que aunque es, sin
duda, un vocablo de mucha importancia en la Escuela, sólo designa una especial
virtud, y aún en este sentido no se mantiene puro en nuestro idioma, sino que
se halla en una cierta promiscuidad con las ya mencionadas resonancias
estoicas; etc.
En
general, no obstante, y como fruto y presencia de la concepción escolástica, la
voz “filosofía” se toma en castellano como designativa de la suprema ciencia
natural humana.
Positivismo
El
“positivismo” ha dejado su huella en este género de sinonimias a través de la
idea peyorativa, que, respecto primero de la metafísica y más tarde la
filosofía en general, estuvo en boga en el antepasado siglo. Así, es frecuente
utilizar el término “filosofía” para expresar todo lo que parece una
“elucubración sin fundamento”, una “mera abstracción” o hasta una “logomaquia”.
Es muy curioso el uso del plural para estas acepciones; algo parecido a lo que
acontece con el término “historia”.
El “dejarse de historias” y el “todo son puras filosofías” constituyen dos
dichos típicamente ejemplares.
Independiente
del positivismo, aunque a veces mezclada con él, existe en castellano una
acepción del término “filósofo”, que significa, en general, todo hombre
abstraído y, por lo mismo, despreocupado de las más inmediatas y urgentes
realidades. Que no se trata siempre de una acepción despectiva, pruébalo el
hecho de que con frecuencia el “sabio distraído” es objeto más bien de una
benévola y complaciente hilaridad. La anécdota de Tales de Mileto, quien por ir
contemplando las estrellas se precipitó en un pozo, es más risueña que
moralizante.
2. El problema de la definición real del saber filosófico.
Esta
definición es, uno de los más graves y esenciales problemas de la filosofía. No
existe una definición de la filosofía en la que todos los filósofos estén de
acuerdo; cada sistema -en ocasiones cada pensador- propone una distinta, y, por
lo menos aparentemente, no es posible integrarla en un concepto armónico,
superador de toda discrepancia.
Ahora
bien, la misma dificultad, planteada con toda su agudeza, es un óptimo punto de
partida para llegar a una solución satisfactoria. Cada una de las definiciones
dadas pretende ser la única válida; del mismo modo que cada sistema filosófico
pretende excluir a las demás. Si nos quedamos con lo superficial de estas
diferencias, perdemos de vista lo evidente de tales antagonismos; hay contienda
porque los objetivos son los mismos; por debajo del enfrentamiento puede darse
una esencial coincidencia sobre la cual se alzan opuestos intereses. Para
resolverlo esas diferencias específicas, basta, asumir una perspectiva
“general”.
Cada sistema posee una mirada y acusa al otro de falta de entera latitud, falta
de entera profundidad. Es decir, que los sistemas surgen para remediar las
falencias de los otros. Aquí cobra sentido la diversidad de los sistemas y de
las definiciones de la filosofía. Todos pretenden abarcar la realidad entera,
pero cada uno desde su perspectiva.
la
filosofía es una participación humana de la “sabiduría ideal”.
El fondo común en el que coinciden todas las definiciones y todos los sistemas
de la filosofía es el objeto mismo de la sabiduría. La diversidad de las
definiciones y de los sistemas afecta, pues, no a la noción última de ésta,
sino tan sólo a las que intentan esquematizar el contenido de los resultados
-forzosamente parciales- de su búsqueda.
Definir es poner límite, acotar.
Mas
como quiera que la filosofía es una participación de la sabiduría, puede y debe
ser definida de la misma manera en que se define su meta y prototipo ideal, con
la esencial restricción de que se trata de algo humano. Esta restricción
permite comprender toda la diversidad de sus logros y deficiencias. Definir es
poner límites a una cosa, delimitarla, circunscribirla. La inexistencia
de una definición de la filosofía, unida a su mismo reverso -a
saber, la pluralidad de las definiciones del saber filosófico-, demuestra
justamente que tenemos que habérnoslas con un objeto que de algún modo escapa a
toda definición.
La
trascendencia de la filosofía a todas las definiciones no debe ser entendida
como una absoluta imposibilidad de definirla o de saber lo que es, sino como la
imposibilidad de conocerla de otro modo que no sea por referencia a la meta
ideal, nunca alcanzada, que constituye la sabiduría. La imposibilidad de que se
trata es la de circunscribir la filosofía a sus parciales realizaciones. Y en
este mismo sentido también hay que añadir que la filosofía nunca queda
íntegramente satisfecha con sus resultados, y toda definición que la limite a
ellos va contra su propio espíritu. Definir la filosofía por sus realizaciones
parciales es colocar el todo bajo la parte. Definirla por cualquier otra cosa
que no sea la misma referencia a la sabiduría es desconocer su carácter de
conocimiento humano supremo.
La Filosofía es una Sabiduría humana.
La
filosofía es, así una sabiduría participada, sabiduría humana. Ésta
podría ser una definición, en ella lo que habría de cumplir la función del
género próximo está sustituído por la causa “ejemplar”, y lo que correspondería
a la diferencia específica se encuentra reemplazado por una limitación y
restricción del concepto de sabiduría. Este concepto no es una noción genérica,
del mismo modo que tampoco lo es aquello al o que apunta: la verdad. La
posesión de la Verdad sólo se da absolutamente en Dios. Por consiguiente, toda
sabiduría de las criaturas ha de ser una sabiduría participada, aminorada. La
del hombre, cuyo entendimiento es progresivo, constituye una sabiduría a la que
afecta necesariamente el carácter de histórica, frente a la inmutable sabiduría
divina.
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