Los conceptos
fundamentales de la ética
Podemos repartir estos
conceptos en tres categorías:
1.
Los conceptos fundamentales sistemáticos
2.
Los conceptos fundamentales prácticos
3.
Los conceptos fundamentales
pre-requeridos
1. Conceptos
fundamentales sistemáticos. -
Llamo así a aquellos
que son más cercanos a la metafísica. El primero de todos, tan primero y
venerable en filosofía moral como lo es el concepto del ser en la filosofía
especulativa, es el concepto del bien, tanto más enigmático cuanto
que es el primero, simplísimo para el sentido común pero que se colma de
sentidos diversos para el filósofo. Este concepto del bien comenzó su reino en
la cultura occidental con Sócrates. El punto esencial consiste en distinguir la noción
animal del bien, puramente sensorial, de la noción humana del bien, noción de
orden intelectual. La noción del bien que yo tengo cuando, al comer un fruto
sabroso, digo que “es bueno”, no es la misma que tengo cuando digo que
“perdonar las ofensas es algo bueno y bello”.
El segundo concepto
por examinar es el de valor moral, que es cierto aspecto primordial
del concepto de bien. El valor moral es la cualidad que hace que una acción
humana sea intrínsecamente buena, atractiva por su propia bondad. Este concepto
se halla en el corazón mismo de la filosofía moral, es el concepto ético más
específico, pero es muy difícil comprenderlo bien.
El primer encuentro de
la filosofía con la expresión filosófica de este concepto tuvo lugar con la
noción griega de lo que es bueno y bello, lo que da gozo a la inteligencia
porque es noble y bien proporcionado, acorde con la plenitud de la esencia
humana.
En el pensamiento
griego, el concepto de valor jamás ha sido opuesto al concepto de fin último,
pero hubo, según las escuelas, una insistencia más o menos fuerte sobre el uno
o el otro de estos dos conceptos. En Platón se subraya más la noción de valor; en
Aristóteles, más bien la de felicidad, de fin último; en los estoicos el valor,
la virtud y la felicidad se identifican; en los epicúreos, el valor es
considerado como medio para el fin, es decir para el placer; en Kant, el
concepto de fin último se ve totalmente rechazado del dinamismo de la moralidad
y hay primacía absoluta del concepto de valor pero escindido, dividido en sí
mismo: en el sentido de que, para los antiguos, jamás se trató de separar el
valor o la rectitud moral del acto, del valor o la bondad moral del objeto, de
la cosa querida o realizada. Es el valor del objeto quien constituye todo el
valor del acto. En Kant, en cambio, hay una escisión entre estos dos valores:
la bondad de la cosa cumplida y querida o del objeto no desempeña ya ningún
papel en la estructura formal de la moralidad; ya no se trata más que del valor
moral o de la rectitud de la acción, siendo esta recta cuando está gobernada
por una máxima capaz de ser erigida en ley universal. Es porque la acción es
recta o moral que el objeto o la cosa realizada y querida puede decirse
moralmente buena, pero no hay cosas que de suyo sean buena o malas.
Señalemos además que
en una filosofía realista la noción de valor no queda reservada a la filosofía
moral, sino que tiene ya antes su lugar en la filosofía especulativa.
Precisamente porque se trata de una noción válida y legítima en metafísica
podemos comprender que ella es legítima, y necesaria en moral.
Después de esto, hemos
de considerar la noción de fin (particularmente en el sentido
de fin último de la vida humana) como estrechamente ligada al concepto del
bien, pues también el fin no es otra cosa que un cierto aspecto primordial del
bien. Para Sócrates y toda la tradición griega, el fin último consistía en la
felicidad, referida a su vez a la esencia del hombre. Para Sócrates mismo, la
felicidad se identificaba con la virtud. Con Platón, la felicidad se hace
trascendente y se sitúa más allá de la vida temporal. Con Aristóteles
re-desciende a la vida terrestre y humana. Para los griegos, en cualquier caso,
el fin supremo es concebido coma el bien en el cual se perfecciona y se consuma
la vida humana, como mi soberano bien.
Para el cristiano, el
bien supremo de mi vida sigue siendo sin duda mi bien, pero en un sentido
secundario, pues ante todo es el bien de Otro, el bien de la Fuente
trascendental del ser de sí mismo. Quiero el Bien de Dios más que mi propio
bien, y quiero mi propio bien por el Bien de Dios, porque amo a Dios con amor.
El fin supremo es el objeto de un amor de amistad, lo cual, según la doctrina
cristiana, es propio de la caridad. El punto de vista cristiano resulta así
típicamente diferente del punto de vista griego.
El nombre más
apropiado para la moral cristiana no es ya el de ética de la felicidad, no es tampoco el de ética del
deber en el sentido kantiano, sino que es más bien el de ética del bien honesto
(ética de los valores buenos en sí mismos y racionalmente fundados) centrada
sobre el Bien trascendente soberanamente amado. En este amor del bien
trascendente se halla sin duda comprometido mi propio bien. Puesto que mi unión
al soberano Bien que amo es unión y participación a la Bienaventuranza
subsistente.
Como en todo amor y
toda amistad, cuando son del orden más elevado, no amo a mi amigo por mí mismo,
de una manera egoísta, sino que al amar al que amo por él mismo y quizá más que
a mí mismo, tengo cuidado de mi propio bien, tengo cuidado de la felicidad que
la amistad me procura – pero esto último de una manera secundaria. En la
perspectiva cristiana, hay como una descentración que hace que la designación
tradicional de “ética de la felicidad” sólo se justifique a condición de que
esa felicidad sea entendida como la dicha que comprende a la vez, pero como
término segundo, la realización total de mis capacidades de deseo, y como
término primero la unión transformante a Otro distinto de mí, al cual amo más
que a mí mismo; la entrada en Su propia vida para la realización plena de Su
voluntad.
Finalmente, el
concepto de norma. Se hallaba presente en toda la filosofía moral
griega, pero con el sentido de una regla prescrita por la razón con miras a
obtener ciertos fines – en particular la felicidad –, y que indicaba lo que
convenía hacer, más bien que con el sentido de un precepto absoluto, sancionado
con la salvación o la perdición eternas.
Con la tradición
judeocristiana, en cambio, el carácter sagrado de la ley moral se encuentra
puesto de relieve; por tanto, las reglas de que se ocupa la filosofía moral
aparecen como preceptos que expresan la voluntad misma de Dios, inscriptos en
las tablas de la Ley.
2. Conceptos
fundamentales prácticos. -
Son los conceptos
de derecho y de deber, de falta moral, de mérito, de sanción, de punición o
castigo y de recompensa. Estos conceptos, más puramente éticos que los
precedentes, se hallan cargados de connotaciones culturales, sociales,
religiosas, jurídicas. Digamos que están cargados de elementos históricos,
sociológicos y etnológicos y que su significación no es una significación
puramente racional. Exigir que lo fuera, sería como pedir un alimento, o una
atmósfera, perfectamente esterilizados. Todos nuestros conceptos de orden
práctico tienen a la vez una significación racional y una significación
histórica. Ocurre algo así como si consideramos la estructura de una semilla:
está el germen viviente y están también las envolturas nutricias y protectoras.
El germen viviente es lo más pequeño que hay en cualquier semilla, casi
invisible. Son las envolturas las que vemos primero. Sin embargo, ellas son
secundarias. Porque los hombres son animales, y porque están comprometidos en
la tarea práctica de existir, ningún concepto – máxime en el orden moral podría
subsistir en el espíritu humano sin lo que podríamos llamar sus envolturas
históricas (con las cuales, por otra parte, se dan por satisfechos los hombres
las más de las veces). Empero la parte esencial es el germen viviente, es la
significación racional del concepto. El filósofo debe entregarse aquí a un
trabajo de anatomía, de análisis, de separación, con miras a liberar el
contenido inteligible del concepto de aquello que lo relativiza.
3. Conceptos
fundamentales pre-requeridos.
Son todos los
conceptos pre-requeridos a la ética, en filosofía especulativa y especialmente
en metafísica: la existencia de Dios, del alma humana, de la persona,
de la libertad; creo que podríamos mencionar especialmente uno de estos
conceptos, el de verdad. ¿Es un concepto unívoco, que sólo tendría
sentido en el dominio de las ciencias matemáticas o naturales? ¿Es por el
contrario un concepto análogo y trascendental, que tanto tiene sentido en el
dominio del sentido común como en el de la inteligencia filosófica y
científica, en el dominio de la filosofía y de la metafísica como en el dominio
de las ciencias, o en el dominio de la virtud de prudencia, o en el del arte y
de la poesía, o en el dominio de la fe religiosa? ¿Es un concepto válido, e
intrínsecamente variado, en los diversos grados del conocimiento especulativo y
del conocimiento práctico? Solamente la miopía de la inteligencia contemporánea
puede ponerlo en duda.
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