15 sept 2018

Los conceptos fundamentales de la ética


Los conceptos fundamentales de la ética


Podemos repartir estos conceptos en tres categorías:
1.      Los conceptos fundamentales sistemáticos
2.    Los conceptos fundamentales prácticos
3.    Los conceptos fundamentales pre-requeridos


1. Conceptos fundamentales sistemáticos. -
Llamo así a aquellos que son más cercanos a la metafísica. El primero de todos, tan primero y venerable en filosofía moral como lo es el concepto del ser en la filosofía especulativa, es el concepto del bien, tanto más enigmático cuanto que es el primero, simplísimo para el sentido común pero que se colma de sentidos diversos para el filósofo. Este concepto del bien comenzó su reino en la cultura occidental con Sócrates. El punto esencial consiste en distinguir la noción animal del bien, puramente sensorial, de la noción humana del bien, noción de orden intelectual. La noción del bien que yo tengo cuando, al comer un fruto sabroso, digo que “es bueno”, no es la misma que tengo cuando digo que “perdonar las ofensas es algo bueno y bello”.
El segundo concepto por examinar es el de valor moral, que es cierto aspecto primordial del concepto de bien. El valor moral es la cualidad que hace que una acción humana sea intrínsecamente buena, atractiva por su propia bondad. Este concepto se halla en el corazón mismo de la filosofía moral, es el concepto ético más específico, pero es muy difícil comprenderlo bien.
El primer encuentro de la filosofía con la expresión filosófica de este concepto tuvo lugar con la noción griega de lo que es bueno y bello, lo que da gozo a la inteligencia porque es noble y bien proporcionado, acorde con la plenitud de la esencia humana.
En el pensamiento griego, el concepto de valor jamás ha sido opuesto al concepto de fin último, pero hubo, según las escuelas, una insistencia más o menos fuerte sobre el uno o el otro de estos dos conceptos. En Platón se subraya más la noción de valor; en Aristóteles, más bien la de felicidad, de fin último; en los estoicos el valor, la virtud y la felicidad se identifican; en los epicúreos, el valor es considerado como medio para el fin, es decir para el placer; en Kant, el concepto de fin último se ve totalmente rechazado del dinamismo de la moralidad y hay primacía absoluta del concepto de valor pero escindido, dividido en sí mismo: en el sentido de que, para los antiguos, jamás se trató de separar el valor o la rectitud moral del acto, del valor o la bondad moral del objeto, de la cosa querida o realizada. Es el valor del objeto quien constituye todo el valor del acto. En Kant, en cambio, hay una escisión entre estos dos valores: la bondad de la cosa cumplida y querida o del objeto no desempeña ya ningún papel en la estructura formal de la moralidad; ya no se trata más que del valor moral o de la rectitud de la acción, siendo esta recta cuando está gobernada por una máxima capaz de ser erigida en ley universal. Es porque la acción es recta o moral que el objeto o la cosa realizada y querida puede decirse moralmente buena, pero no hay cosas que de suyo sean buena o malas.
Señalemos además que en una filosofía realista la noción de valor no queda reservada a la filosofía moral, sino que tiene ya antes su lugar en la filosofía especulativa. Precisamente porque se trata de una noción válida y legítima en metafísica podemos comprender que ella es legítima, y necesaria en moral.
Después de esto, hemos de considerar la noción de fin (particularmente en el sentido de fin último de la vida humana) como estrechamente ligada al concepto del bien, pues también el fin no es otra cosa que un cierto aspecto primordial del bien. Para Sócrates y toda la tradición griega, el fin último consistía en la felicidad, referida a su vez a la esencia del hombre. Para Sócrates mismo, la felicidad se identificaba con la virtud. Con Platón, la felicidad se hace trascendente y se sitúa más allá de la vida temporal. Con Aristóteles re-desciende a la vida terrestre y humana. Para los griegos, en cualquier caso, el fin supremo es concebido coma el bien en el cual se perfecciona y se consuma la vida humana, como mi soberano bien.
Para el cristiano, el bien supremo de mi vida sigue siendo sin duda mi bien, pero en un sentido secundario, pues ante todo es el bien de Otro, el bien de la Fuente trascendental del ser de sí mismo. Quiero el Bien de Dios más que mi propio bien, y quiero mi propio bien por el Bien de Dios, porque amo a Dios con amor. El fin supremo es el objeto de un amor de amistad, lo cual, según la doctrina cristiana, es propio de la caridad. El punto de vista cristiano resulta así típicamente diferente del punto de vista griego.
El nombre más apropiado para la moral cristiana no es ya el de ética de la felicidad, no es tampoco el de ética del deber en el sentido kantiano, sino que es más bien el de ética del bien honesto (ética de los valores buenos en sí mismos y racionalmente fundados) centrada sobre el Bien trascendente soberanamente amado. En este amor del bien trascendente se halla sin duda comprometido mi propio bien. Puesto que mi unión al soberano Bien que amo es unión y participación a la Bienaventuranza subsistente.
Como en todo amor y toda amistad, cuando son del orden más elevado, no amo a mi amigo por mí mismo, de una manera egoísta, sino que al amar al que amo por él mismo y quizá más que a mí mismo, tengo cuidado de mi propio bien, tengo cuidado de la felicidad que la amistad me procura – pero esto último de una manera secundaria. En la perspectiva cristiana, hay como una descentración que hace que la designación tradicional de “ética de la felicidad” sólo se justifique a condición de que esa felicidad sea entendida como la dicha que comprende a la vez, pero como término segundo, la realización total de mis capacidades de deseo, y como término primero la unión transformante a Otro distinto de mí, al cual amo más que a mí mismo; la entrada en Su propia vida para la realización plena de Su voluntad.
Finalmente, el concepto de norma. Se hallaba presente en toda la filosofía moral griega, pero con el sentido de una regla prescrita por la razón con miras a obtener ciertos fines – en particular la felicidad –, y que indicaba lo que convenía hacer, más bien que con el sentido de un precepto absoluto, sancionado con la salvación o la perdición eternas.
Con la tradición judeocristiana, en cambio, el carácter sagrado de la ley moral se encuentra puesto de relieve; por tanto, las reglas de que se ocupa la filosofía moral aparecen como preceptos que expresan la voluntad misma de Dios, inscriptos en las tablas de la Ley.
2. Conceptos fundamentales prácticos. -
Son los conceptos de derecho y de deber, de falta moral, de mérito, de sanción, de punición o castigo y de recompensa. Estos conceptos, más puramente éticos que los precedentes, se hallan cargados de connotaciones culturales, sociales, religiosas, jurídicas. Digamos que están cargados de elementos históricos, sociológicos y etnológicos y que su significación no es una significación puramente racional. Exigir que lo fuera, sería como pedir un alimento, o una atmósfera, perfectamente esterilizados. Todos nuestros conceptos de orden práctico tienen a la vez una significación racional y una significación histórica. Ocurre algo así como si consideramos la estructura de una semilla: está el germen viviente y están también las envolturas nutricias y protectoras. El germen viviente es lo más pequeño que hay en cualquier semilla, casi invisible. Son las envolturas las que vemos primero. Sin embargo, ellas son secundarias. Porque los hombres son animales, y porque están comprometidos en la tarea práctica de existir, ningún concepto – máxime en el orden moral podría subsistir en el espíritu humano sin lo que podríamos llamar sus envolturas históricas (con las cuales, por otra parte, se dan por satisfechos los hombres las más de las veces). Empero la parte esencial es el germen viviente, es la significación racional del concepto. El filósofo debe entregarse aquí a un trabajo de anatomía, de análisis, de separación, con miras a liberar el contenido inteligible del concepto de aquello que lo relativiza.
3. Conceptos fundamentales pre-requeridos.
Son todos los conceptos pre-requeridos a la ética, en filosofía especulativa y especialmente en metafísica: la existencia de Dios, del alma humana, de la persona, de la libertad; creo que podríamos mencionar especialmente uno de estos conceptos, el de verdad. ¿Es un concepto unívoco, que sólo tendría sentido en el dominio de las ciencias matemáticas o naturales? ¿Es por el contrario un concepto análogo y trascendental, que tanto tiene sentido en el dominio del sentido común como en el de la inteligencia filosófica y científica, en el dominio de la filosofía y de la metafísica como en el dominio de las ciencias, o en el dominio de la virtud de prudencia, o en el del arte y de la poesía, o en el dominio de la fe religiosa? ¿Es un concepto válido, e intrínsecamente variado, en los diversos grados del conocimiento especulativo y del conocimiento práctico? Solamente la miopía de la inteligencia contemporánea puede ponerlo en duda.


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