Grandes Corrientes éticas
A
lo largo de la historia de la Filosofía, hubo distintas
posiciones acerca de lo que está bien, y lo que está mal, en cuanto a la acción
del ser humano.
Lo
que sí hubo principios que traspasaron estas distintas explicaciones,
explicaciones que pretenden dar respuestas a cuestionamientos acerca de lo que
es correcto; lo que debe hacerse; lo que es mejor:
Como disparador veamos un ejemplo hipotético:
“Ante
la inminencia de una hecatombe nuclear que borrará al ser humano de la faz de
la tierra. Un gobierno acuerda construir un
bunker equipado y abastecido con todo lo necesario para que, cuando llegue el
fin del efecto del invierno radiactivo, haya 6 personas que puedan continuar
viviendo y de esa manera la raza humana no se extinguiera. Además del tiempo
que deberán permanecer, no serán los mismos los que podrán ver el exterior
cuando termine el invierno.
Seleccionan
doce candidatos, de esos doce entrarán sólo seis y por el tiempo que estén
deberán ser seis, no más, porque no podrán conseguir el objetivo entonces.
Estas
doce personas son:
1
abogado
1
anciana
1
discapacitado
1
doctor en medicina
1
biólogo
1
monja
1
arquitecto
1
carpintero
1
embarazada
1
político
1
niña
1
joven estudiante
¿A
quiénes elegirías?
Haz
una lista de quienes eliges.
Luego de esta introducción lee todas las corrientes éticas que se encuentran
a continuación:
La ética socrática
La
primera respuesta filosófica al problema ético del bien que analizaremos es la
de Sócrates, retomando para ello algunas de las ideas que estudiamos ya en los
diálogos platónicos analizados en la primera unidad. En Apología de Sócrates y
en Critón aparecen con insistencia a) la superioridad del "vivir
bien" sobre el mero vivir. b) la valoración que el filósofo hace de la
virtud y c) su rechazo de la injusticia en todos los casos, aun cuando se trate
de devolver una injusticia recibida. Sinteticemos ahora en forma ordenada los
puntos más significativos de su planteo ético.
1.
Identificación entre ciencia y virtud:
Para
Sócrates es imposible hacer el mal si se conoce el bien. Dice:
"Yo
no creo que nadie entre los sabios admita que alguien incurra en culpas por su
propia voluntad, ni que espontáneamente se hago culpable de acciones feas y
malas pues sabe que todos los que llevan a cabo acciones feas y malas las
cumplen sin quererlo."
(Prot., 345; en Mondolfo, Sócrates, op. cit., pág. 39)
Quien
peca, lo hace por ignorancia; de ahí la importancia de ayudar a los otros
-discípulos- y aun interlocutores ocasionales a clarificarse y a elegir
adecuadamente sus líneas de acción. Para él:
"la
ciencia es una cosa bella, capaz de dominar al hombre de manera que si uno sabe
qué es el bien y qué es el mal no puede ser vencido por nada ni obrar de manera
distinto, sino que la sola sabiduría basta para ayudar al "hombre. "
(Prot.,
352; en Mondolfo, op. cit., pág, 38)
Pero
debemos observar que la ciencia, de acuerdo con el párrafo anterior, no es para
Sócrates un mero conocimiento teórico, sino que incluye la fuerza de carácter
que permite dominar los impulsos y purificar el alma; es a la vez el motor de
la acción y el faro que ilumina la meta a alcanzar. El alcohólico, por ejemplo,
que sigue bebiendo aun cuando sabe los estragos que el alcohol causa en su
organismo, no tiene una ignorancia de tipo teórico sino una debilidad de
carácter que le impide resistir al impulso que lo lleva hacia el alcohol.
"Quien
se halla -dice Sócrates bajo el dominio de los placeres sensuales y llega a ser
por ellos impotente para hacer lo mejor (...) sirve a la peor esclavitud (...)
¿Qué diferencia hay entre el intemperante y el animal más incapaz de
cien?". (Memor. IV, III;en Mondolfo, op. cit., pág. 40)
2.
Unidad de las virtudes:
Para
Sócrates no había una diferenciación nítida entre virtudes, sino que cada una
de ellas implicaba necesariamente a las otras. Quien actuaba con valentía era
justo y bueno y viceversa. El "vivir bien" era vivir en el ejercicio
constante de la virtud y esto, a su vez, la consecuencia de, preocuparse por
purificar el alma.
"¿No
sabes -preguntaba Sócrates- que a nadie concederé la gloria de haber vivido
mejor y con más alegría que yo? Pues a mi parecer viven de manera óptima
quienes de la mejor manera se esfuerzan en transformarse en óptimos y con
alegría suma quienes tienen más vivo el sentimiento de estar transformándose
continuamente en mejores “.
(Memor.N, VIII;en Mondolfo,El pensamiento antiguo, tomo 1, Losada, Bs. As.,
1964, pág. 163)
3.
Los premios y los castigos morales:
Bondad
y justicia no requieren para Sócrates otra
gratificación que la que otorga la propia "voz" interior. Se
relacionan con un estado de quietud y de calma a diferencia de la perturbación
que experimentan el injusto y el malvado, que es mucho más dolorosa que
cualquier castigo externo. Pero a todo esto debe añadirse la creencia de
Sócrates en el carácter divino del alma y su inmortalidad, lo que le permite
sugerir que en la otra vida el hombre justo encontrará también un premio -por
ejemplo, podría ser, si fuera verdadera la tradición homérica, encontrarse con
héroes y sabios y pasar a dialogar con ellos-. En realidad, Sócrates no hace
referencia explícita a premios o castigos determinados en la otra vida, pero
está claro que las tareas de purificación y liberación del alma, en la medida
en que esta tiene raíces divinas, apuntan hacia una beatitud en la
inmortalidad.
La
muerte de Sócrates impresionó profundamente a su discípulo Platón, quien, por gratitud y admiración hacia su maestro,
habría de convertirlo en el protagonista de casi todos sus diálogos, mostrando
simultáneamente el vínculo que había entre sus ideas y las socráticas.
La ética aristotélica o eudemónica
Aristóteles era hijo
de Nicómaco, médico del rey de Macedonia, y había nacido en Estagira en el 384
a.C. En un principio, deslumbrado por Platón, su maestro, adhirió a su postura
filosófica, pero, más tarde, fue separándose de esta y elaborando su propio sistema.
A la muerte de Platón dejó Atenas y viajó a Macedonia donde el rey Filipo II le
propuso que fuera el educador de su hijo Alejandro. Cuando este llegó al trono
Aristóteles volvió a Atenas y fundó su propia escuela llamada peripatética
o del Liceo, dedicándose exclusivamente a escribir y enseñar. Acusado de
impiedad en el 323 a.C. por miembros del partido nacionalista ateniense,
Aristóteles no quiso que se cometiera un nuevo crimen contra la filosofía y, a
diferencia de Sócrates, aceptó el exilio, abandonando Atenas e instalándose en
Calcidia donde falleció al año siguiente. Entre sus obras cabe mencionar
Órganon, Retórica, Poética, Política, Física, etc.
¿Qué es el bien?
El filósofo comienza
reflexionando que toda actividad, dentro de cualquier campo, ha de tener
necesaria, imprescindiblemente, un fin; para aquel que realiza una acción, esta
se le presenta, además, como capaz de reportarle un bien. Así se llega en el
primer párrafo de la Ética a Nicómaco -libro que, según
parece, Aristóteles dedicó a su hijo Nicómaco- a la identificación de ambos
conceptos: toda actividad tiende a un fin que es a la vez un bien:
"Todo arte y toda
investigación científica, lo mismo que toda acción y elección parecen tender a
un bien y por ello definieron con toda pulcritud el bien los que dijeron ser
aquello a que todas las cosas aspiran."
(Aristóteles, Ética nicomáquica,
Méjico, Porrúa, 1969, libro I, pág. 33)
Siendo como son muy
numerosas las actividades humanas también lo son los fines que nos podemos
proponer. Aristóteles da -algunos ejemplos relacionados con las artes y las
ciencias: "el fin de la medicina es la salud, el de la construcción naval,
el navío, etc.". Además, no todos los fines son jerárquicamente iguales;
algunos son más importantes que los demás y así, los primeros subordinan a los
segundos. Advertimos entonces que se presentan ante el hombre verdaderas
cadenas de fines, cuyos eslabones no constituyen, en última instancia, sino
medios.
Sin embargo, no es
suficiente hablar de fines "finales", en el sentido de fines que se
persiguen por sí mismos. Para que nuestro desear tenga un sentido es
imprescindible que todos nuestros fines converjan hacia un fin último que
valorice a los demás: a ese fin último lo denomina Aristóteles, Bien Supremo -o
Sumo Bien- y lo compara con el blanco al que deben apuntar los arqueros.
(Aristóteles, op. cit., pág. 3.)
Pero ¿cuál es y dónde
está el Sumo Bien? Aristóteles señala que tanto el vulgo como la gente culta lo
identifican con la felicidad -en griego, "eudaimonía"-, noción que
incluye tanto la de comportarse bien como la de vivir bien -pero no todos
coinciden respecto de aquello en lo que reside.
¿Cómo reconocemos el Sumo Bien?
¿Cómo se puede
reconocer al Sumo Bien? ¿Qué requisitos debe reunir para ser tal? El primero:
"ser siempre apetecible por sí mismo y no por otra cosa", esto es,
ser absolutamente final; y el segundo "tornar la vida amable por sí
solo" es decir, ser autosuficiente (Aristóteles, op. cit., pág. 8). Esta
última noción se relaciona con las de perfección y autarquía: el Bien Supremo
tendrá que ser el más elevado y como tal permitir al hombre gobernarse a sí
mismo. A continuación, Aristóteles analiza los distintos géneros de vida en los
que los seres humanos han creído encontrar la felicidad: 1) el placer, 2) los
honores, que corresponden a la vida política y 3) la riqueza. Con respecto al
primero, si bien es final ya que no se busca con miras a otra cosa: 1.1) no
vuelve al hombre autárquico ya que lo lleva a depender del objeto de placer,
como ocurre en el caso del alcohol, el tabaco o las drogas, por ejemplo, y 1.2)
no es digno del hombre dotado de un alma racional. "Al elegir una vida
adecuada al ganado" -dice-la mayoría se muestra totalmente abyecta."
Con respecto al segundo, tampoco es admisible, ya que: 2.1) "los honores
están más en quien los da que en quien los recibe"; como tales, podríamos
añadir, pueden ser entregados y/o quitados arbitrariamente, mientras que
"el verdadero bien debe ser algo propio y difícil de arrancar del
sujeto", y 2.2) los que los persiguen -lo hacen para persuadirse a sí
mismos de su propia virtud, con todo lo cual dejan ver claro que aun en su
propia estimativa la virtud es superior a la honra". Finalmente, tampoco
es aceptable la riqueza porque: "3.1) la vida de lucro es antinatural (los
negocios, o sea los procedimientos usados para adquirir riquezas destruyen el
ocio -nec otium- que es el tiempo libre dedicado a la reflexión) y 3.2) es
claramente medio y no fin en sí mismo." (Aristóteles, op. cit., pp. 5 y
6.)
¿En qué consiste la Felicidad?
En este punto nos
preguntamos nuevamente: Entonces, ¿en qué consiste la felicidad? Para
establecerlo mejor Aristóteles comienza preguntándose cuál es la actividad
específicamente humana. Da por supuesto que la hay ya que 1) cada parte del
cuerpo tiene para él una función determinada -así, por ejemplo: el ojo, la
mano, el pie- y 2) cada miembro de la sociedad tiene dentro de esta, la suya
-así, por ejemplo, el escultor, el albañil, el zapatero-. Hay que dejar de lado
las funciones vegetativas -nutrición y reproducción- pues estas las comparte el
hombre con todos los seres vivos. Tampoco podrá ser puramente humana la vida
sensitiva, compuesta de sensaciones y sentimientos, porque también los animales
poseen ese conocimiento aportado por la sensación y esas conmociones afectivas
que producen placer o dolor. Lo único que falta considerar, dice Aristóteles,
es la parte racional, y como esta es privativa del ser humano, ha de ser por lo
tanto su función propia. El hombre, según la concepción aristotélica, es razón;
toda su excelencia reside en su capacidad de pensar. Pero hay dentro de la
actividad racional dos partes: una, puramente teórica, especulativa,
cognoscitiva, inmortal, "que posee la razón" y otra práctica, que no
sobrevive a la corrupción del cuerpo y "que obedece a la razón". Esta
última dirige la vida apetitiva, la que a su vez escucha sus consejos y se
torna mesurada, equilibrada. (Aristóteles, op. cit.; pág. 9.)
Podemos sintetizar así
las conclusiones de Aristóteles respecto de la función propia del hombre:
Para que esa función
propia del hombre que, a su vez, engendra una actividad constituya el sumo
Bien, basta agregarle una cualidad: la excelencia. Así, Aristóteles ha llegado
a proporcionar las notas determinantes del Fin último:
1.
Función propia del hombre.
2.
Ejercicio o actividad.
3.
Excelencia o perfección.
De donde resulta que:
el Sumo Bien es el ejercicio perfecto de la función propia del hombre.
Y al hablar de
"excelencia" nos estamos refiriendo a la noción de '
"virtud" ("areté" en griego es el equivalente de
"virtus" en latín y ambos términos connotan un modo viril de
excelencia). Aclara todavía Aristóteles respecto del Sumo Bien que es la
actividad racional según la más alta virtud y a través de toda la vida. Según
la más alta virtud pues hay muchas virtudes, unas superiores a otras. Durante
toda la vida porque "así como una golondrina no hace verano un breve
tiempo de felicidad no hace al hombre bienaventurado". La excelencia es,
entonces, un tipo de hábito que tiene que ver con la repetición de acciones
virtuosas (Aristóteles, op. cit., loco cit.).
Siendo dos las
actividades racionales del hombre, las virtudes han de clasificarse a su vez en
dos grupos -y esto lo propone Aristóteles en el libro 1-; a) virtudes morales,
éticas o de carácter y b) virtudes dianoéticas o intelectuales.
Las del primer grupo
son las que resultan de la obediencia impuesta por la razón a los instintos;
provienen, por lo tanto, de la parte práctica de la misma y constituyen el
término medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto. Aristóteles
señala además que son "hábitos de elección". Podemos ya aclarar el
significado de ambos términos: "son hábitos" porque y suponen una
"elección" porque ........... La mayor dificultad estriba en evitar
caer en un extremo (que es, según el filósofo lo que sucede generalmente en la
juventud, que es la "edad de los excesos"), pues una vez en este es
casi inevitable caer en el opuesto. Así, por ejemplo, se pasa con relativa
facilidad de la humildad a la presunción.
Virtudes morales destacadas por Aristóteles.
Hay tres virtudes
morales que Aristóteles destaca:
·
el valor, equilibrio entre la cobardía
-exagerada sensación de miedo- y la temeridad -inconciencia ante el peligro.
·
la templanza, que media entre el
libertinaje -entrega total del hombre al placer- y la insensibilidad -carencia
absoluta de inclinación hacia él.
·
la dulzura o mansedumbre que está entre
un exceso-la cólera, la irritabilidad y un defecto -la flema, la impasibilidad.
También se refiere a
otras virtudes éticas: la generosidad, equidistante del despilfarro y la
avaricia; la veracidad, que media entre la disimulación y la fanfarronería, y
la amabilidad, entre la adulación y la aspereza. Podemos acotar finalmente que
la virtud-ética más elevada es la justicia, que se relaciona directamente con
la noción de término medio ya que la idea de justicia implica la de equilibrio.
Las del segundo grupo
provienen de la parte teórica de la razón y tienden a lograr un conocimiento.
Son por orden creciente de importancia: 1) el arte, que nos permite crear obras
bellas aplicando habilidades y con la ayuda de reglas; 2) la ciencia, que nos
permite conocer las leyes naturales; 3) la sabiduría práctica o prudencia, que
nos permite discriminar adecuadamente el justo medio y conducimos rectamente en
la vida; 4) la razón intuitiva, por la que captamos los axiomas matemáticos y
los principios lógicos y, finalmente, 5) lo más elevado, la sabiduría teórica o
sofía, que nos permite descubrir las primeras causas y los primeros principios.
La búsqueda de la Sabiduría, la más alta Virtud.
Estamos ya en
condiciones de decir cuál es la más alta virtud y en qué consiste la vida
feliz para Aristóteles: es la vida dedicada a la búsqueda de
la sabiduría.
El filósofo justifica
lo anterior de la siguiente manera:
"El solo afán de
saber, la filosofía, encierra según se admite, deleites maravillosos por su
pureza y su firmeza; y siendo así, es razonable admitir que el goce del saber
adquirido sea mayor aún que el de su nueva indagación. A más de esto la
autosuficiencia o independencia de que hemos hablado puede decirse que se
encuentra sobre todo en la vida contemplativa. Sin duda que tanto el filósofo
como el justo, no menos que los demás hombres, han menester de las cosas
necesarias para la vida; pero supuesto que estén ya suficientemente provistos
de ellas, el justo necesita además de otros hombres para ejercitar en ellos y
con ellos la justicia y lo mismo el temperante y el valiente y cada uno de los
representantes de las demás virtudes morales, mientras que el filósofo, aun a
solas consigo mismo es capaz de contemplar y tanto más cuanto más sabio sea
(...). Asimismo, puede sostenerse que la vida contemplativa es la única que se
ama por sí misma porque de ella no resulta nada fuera de la contemplación, al
paso que en la acción práctica nos afanamos más o menos por algún resultado
extraño a la acción. La felicidad además parece consistir en el reposo, pues
trabajamos para reposar y guerreamos para vivir en paz. Ahora bien, los actos
de las virtudes prácticas tienen lugar en la política o en la guerra y las
acciones en esos campos parecen ser sin descanso (...). Si, por ende, la
independencia, el reposo y la ausencia de fatiga y todas las demás cosas que
acostumbran atribuirse al hombre dichoso se encuentran con evidencia en esta
actividad resulta que es ella en conclusión la que puede constituir la
felicidad perfecta del hombre con tal que abarque la completa extensión de la
vida, porque nada de lo que atañe a la felicidad puede ser incompleto. Una vida
semejante sin embargo podría estar quizá por encima de la condición humana,
porque en ella no vivirá el hombre en cuanto hombre, sino en cuanto que hay en
él algo divino (la inteligencia) (...) Mas no por ello hay que dar oídos a
quienes nos aconsejan, con pretexto de que somos hombres y mortales, que
pensemos en las cosas humanas y mortales sino que en cuanto nos sea posible
hemos de inmortalizarnos y hacer todo lo que en nosotros esté para vivir según
lo mejor que hay en nosotros, y que por pequeño que sea el espacio que ocupe,
sobrepasa con mucho a todo el resto en poder y dignidad." (Aristóteles,
op. cit., libro X, pp. 139 Y 140)
Las éticas helenísticas
El epicureismo y el estoicismo
En
los comienzos del siglo III a.C. se produjo un vuelco importante en la
Filosofía, que pasó a tener, desde ese momento, un carácter eminentemente
práctico. Este giro se debió fundamentalmente a la conmoción a nivel
sociopolítico que se estaba viviendo entonces.
Es
en este contexto donde debemos ubicar las escuelas que veremos a continuación.
El epicureísmo y el estoicismo.
Ambas procuraban brindar al hombre concreto un modelo de vida que le permitiera
la "salvación" y esta residía fundamentalmente en la riqueza y la
tranquilidad de espíritu.
Las
dos escuelas retomaron aspectos del modelo socrático, en tanto ensalzaban al
hombre sabio y proponían caminos para alcanzar la sabiduría de vida, entendida
esta como un "ars vivendi".
La ética epicúrea
Las
enseñanzas de Epicuro (341-270 a.c.), nacido en Samos, a pesar de no haber
ejercido gran influencia en la filosofía posterior, fueron muy estimadas en su
época, y sus máximas eran sumamente respetadas por sus contemporáneos.
Epicuro
fue el creador de una comunidad denominada "los filósofos del
jardín", puesto que era en el jardín de una casa que Epicuro adquirió en
Atenas donde un grupo no solo de hombres sino también de mujeres (cosa novedosa
si la comparamos con el Liceo de Aristóteles o la Academia de Platón), se
reunía para cultivar la amistad y la Filosofía. Estas dos eran para Epicuro las
claves para conseguir la felicidad y, por consiguiente, a ellas dedicó su vida.
Y puesto que la Filosofía permitía alcanzar la felicidad, toda persona debía
dedicarse a ella. Así lo expresaba el autor:
"Ni el joven postergue el filosofar ni el anciano se aburra de hacerla,
pues para nadie está fuera de lugar, ni por muy joven ni por muy anciano, el
buscar la tranquilidad del alma. Y quien dice: o que no ha llegado el tiempo de
filosofar o que ya se ha pasado, es semejante a quien dice que no ha llegado el
tiempo de buscar la felicidad o que ya ha pasado. Así, deben filosofar ancianos
y jóvenes: aquellos para enseñar a los jóvenes y estos para reunir al mismo
tiempo juventud y experiencia. "
(Epicuro,Carta
a Meneceo, en Caro T. L., De la naturaleza de las cosas,
Madrid,Espasa-Calpe,1969, pág. 316; adaptaciónde M. F.de Gallo)
Los factores que dan la Felicidad:
Pero
¿qué era la felicidad para Epicuro? La felicidad estaba dada por la conjunción
de dos factores: la ausencia de preocupaciones o, en el término griego,
"ataraxia", y por el placer o "hedoné", en griego, razón
por la cual se considera a Epicuro uno de los principales representantes del
hedonismo.
Analicemos
entonces estos dos factores:
En
primer lugar, ¿cuáles son las preocupaciones que el filósofo proponía evitar?
Son fundamentalmente tres: el temor a los dioses, el temor a la muerte y el
temor al futuro.
Contrariamente
a lo que muchos detractores del epicureísmo afirmaban, Epicuro no era ateo. Sin
embargo, los dioses eran, para él, seres demasiado alejados de nosotros los
humanos, y no se preocupaban por nuestras vicisitudes, por lo que carecía de
sentido temerles.
En cuanto al temor a la muerte, Epicuro lo consideraba un sin sentido, puesto
que "todo bien y todo mal residen en la sensibilidad, y la muerte no es
otra cosa que la pérdida de la sensibilidad misma."
También
lo expresaba el filósofo en otras palabras, las que se transformaron en una
célebre argumentación:
"La
muerte pues, el más horrendo de los males, en nada nos pertenece, pues mientras
nosotros vivimos no ha llegado y cuando llegó ya no vivimos. Así, la muerte no
va contra los vivos ni contra los muertos pues en aquellos todavía no está y en
estos ya no está más. "
(Epicuro,
op. cit., pág. 317)
Esta
concepción de Epicuro trasciende el tema de la muerte en sí. Detrás de ella se
esconde una valoración de la vida fundamental en su filosofía. Lo que nos
propone no es una teoría abstracta sino, como muchos la han considerado, una
sabiduría de vida, caracterizada por el optimismo y la admiración ante la
existencia misma del mundo y
del hombre. Esta afirmación de la vida fue encarnada por el mismo Epicuro, aun
en los momentos finales de su vida, cuando afrontó con fortaleza y optimismo la
enfermedad renal que finalmente lo llevó a la muerte.
Por
último, carece también de sentido temerle al futuro, puesto que:
"el futuro ni depende enteramente de nosotros ni tampoco nos es totalmente
ajeno, de modo que no debemos esperarlo como si hubiera de venir infaliblemente
ni tampoco desesperarnos como si no hubiera de venir nunca."
(Epicuro,
op. cit., loco cit.)
y
ya que el destino no existe, poseemos algunas cosas por el azar, y otras por
obra nuestra, y son estas últimas las que debemos atender.
El
otro factor para lograr la felicidad, juntamente con la "ataraxia",
es la obtención del placer. ¿Debemos entender esto al modo en que lo hicieron
los antecesores del epicureísmo, los cirenaicos, encabezados por Aristipo, que
sostenían que debe buscarse el placer del momento, sin atender a la
tranquilidad y al reposo espiritual?
Los tres deseos:
Definitivamente
no. Hay dos elementos que permiten diferenciar claramente la propuesta de
Epicuro de aquella que había formulado Aristipo.
En
primer lugar, Epicuro ponía especial empeño en diferenciar tres tipos de deseos: los naturales y necesarios (por
ejemplo, satisfacer nuestro apetito con el simple y saludable pan de todos los
días), los naturales y
no necesarios (disfrutar de una comida sabrosa, así como
disfrutar de los placeres espirituales), y los no naturales ni necesarios (asistir
a un opíparo banquete), a los que también llama vanos o superfluos. Los
placeres naturales no solo son permisibles, sino que son buenos; por el
contrario, el deseo de placeres superfluos debe ser evitado. Podemos afirmar
por esto que la ética hedonista es una ética naturalista,
en tanto identifica lo natural con lo bueno. En las palabras del autor,
"todo placer es un bien en la medida en que tiene por compañera a la
naturaleza". Los placeres vanos no son buenos porque, a la larga, nos
acarrearán dolor; no solo son más difíciles de conseguir, sino además más
fáciles de perder.
"Tenemos por un gran bien el contentarnos con lo suficiente, no porque
siempre debamos tener poco sino para vivir con poco cuando no tenemos mucho,
estimando por muy cierto que disfrutan equilibradamente de la abundancia y la
magnificencia los que menos la necesitan, y que todo lo natural es fácil de
conseguir mientras que lo vano es muy difícil de obtener. Asimismo, los
alimentos fáciles y sencillos son tan sabrosos como los complicados y costosos
cuando se elimina todo lo que puede causamos el dolor de carecer de estos. El
pan ordinario y el agua producen el mayor de los placeres cuando llega a
obtenerlos un necesitado.
El
acostumbrarse pues, a comidas simples y nada magníficas es útil para la salud,
lleva al hombre a preocuparse por las cosas necesarias para la vida, lo pone en
mejor disposición para concurrir de vez en cuando a los banquetes suntuosos y
lo prepara ante los vaivenes de la fortuna. Así, cuando decimos que el placer
es el fin no queremos entender los placeres de los lujuriosos y los que
consisten en el goce material como se figuran algunos ignorantes de nuestra
doctrina o contrarios a ella o que la entienden erróneamente, sino que unimos
el no padecer dolor en el cuerpo con el tener el alma tranquila. "
(Epicuro,
op. cit., pp. 318 Y319)
Juntamente
con esta triple diferenciación de los deseos, Epicuro nos habla de la importancia
de poseer una virtud sin la cual es imposible elegir y ordenar los placeres.
Esta virtud es la prudencia, y gracias a ella podemos desechar un placer si
este, nos ocasionará un mal futuro, aceptar un mal cuando su consecuencia sea
un placer superior o no caer en la aceptación ciega de un placer si esto nos
impide la adquisición posterior de un placer mayor o más elevado.
"Todo
placer es un bien (...) pero no se ha de elegir cualquier goce. También todo
dolor es un mal, pero no siempre se ha de huir de todos los dolores. Debemos
pues, discernir tales cosas por comparación y juzgarlas con respecto a su
conveniencia o inconveniencia pues en algunos momentos huimos del bien como si
fuese un mal y al contrario buscamos el mal como si fuese Un bien."
(Epicúro,
op. cit., pág. 318)
El
discernimiento de los distintos placeres y la recta prudencia nos permiten, en
síntesis, acercamos a una vida feliz, lo cual constituye el objeto de la
filosofía. Sin embargo, esto debe interpretarse en relación con la noción de
"ataraxia" antes vista. Epicuro valoraba como placer fundamental la
tranquilidad del alma y la ausencia de dolor. Si atendemos a la distinción que
con frecuencia se hace entre placeres activos y placeres pasivos, podemos
afirmar que el filósofo localizaba su búsqueda en los segundos, esto es, en el
placer en reposo, a diferencia de Aristipo, que ensalzaba los primeros.
"La
ausencia de turbación (ataraxia) y de dolor (oponía) son placeres estables; en
cambio, el goce y la alegría" resultan (placeres) en movimiento por su
vivacidad. Cuando decimos, entonces, que el placer es el fin, no queremos
referimos a los placeres de los intemperantes o a los producidos por la
sensualidad (...) sino en hallarnos s libres de sufrimientos del cuerpo y de
turbaciones del alma."
(Citado por Mondolfo, R., El pensamiento antiguo, Buenos Aires, Losada, 1983,
tomo 2, pág. 103)
En
suma, una vida en privada, rodeada de amistades y de placeres moderados, con el
mínimo de dolores posibles y tranquilidad en el alma, es lo que nos brindará la
felicidad, y hacia eso debe encaminarse el hombre.
"Ni
la posesión de las riquezas, ni la abundancia de las cosas, ni la obtención de
cargos o el poder producen la felicidad y la bienaventuranza, sino la ausencia
de dolores, la moderación en los afectos y la disposición de espíritu que se
mantenga en los límites impuestos por la naturaleza."
(Citado
por Mondolfo, op. cit., pág. 103)
La ética estoica
La
escuela que propone esta ética fue fundada en Atenas alrededor del año 500 a.e.
y, si bien podemos encontrar ciertas coincidencias entre ella y el epicureísmo,
se la creó en oposición al planteo de Epicuro.
Luego
de realizar la lectura y las actividades propuestas en cada caso, podrás
reseñar las semejanzas y diferencias entre ambas escuelas.
Para
los integrantes del estoicismo, quienes originariamente acostumbraban reunirse
alrededor de un conocido pórtico de la ciudad de Atenas ("stoa" en
griego; significa "pórtico", de ahí el término "estoico"),
la parte central de la Filosofía es la Ética, y el objetivo de esta es mostrar
al hombre el camino para lograr la felicidad. Esto es posible aun encontrándose
en las circunstancias más adversas. Requiere, eso sí, un esfuerzo. Los
filósofos del pórtico enseñaban que, para lograrlo, el hombre debe aceptar su
destino con imperturbabilidad y resignación.
Cada hombre tiene, para el estoicismo, un destino inexorable, y solo será feliz
cuando desista de todo intento de modificarlo y finalmente lo acepte.
¿Cuál
es la razón por la cual los integrantes de esta escuela afirmaban que el hombre
tiene un destino? Este fundamento debemos buscarlo en la concepción que ellos
tenían del Universo.
El
cosmos era para ellos un todo ordenado y armonioso ("cosmos" en
griego significa "orden"), en el cual los sucesos se producen
cumpliendo la ley natural, que es racional e incoercible, y a la cual ellos
identificaban con Dios. De este modo proponían un sistema panteísta, donde Dios
no es un ser que, desde afuera, rige el curso de los acontecimientos
marcándoles su ley, sino que Dios es esa ley natural, racional y perfecta. De
este modo, ley natural, Dios y Razón son tres nombres de una misma realidad.
El
destino de cada hombre puede ser muy diferente; puede ser este un esclavo o un
hombre libre, puede ser pobre o acaudalado, pero siempre podrá ser feliz, en la
medida en que acepte ese destino que se le impuso.
El
estoicismo, que surgió en Atenas encabezado por Crisipo, se extendió luego al
Imperio romano y tuvo allí importantes representantes, entre quienes se
destacaron Séneca (3-65 d.C.), consejero de Nerón, que debió acabar con su vida
abriéndose venas por imposición de este emperador; Epicteto (50-138 d.C.),
esclavo romano luego liberto; y también Marco Aurelio (121-180 d.C.), el
emperador filósofo.
Veamos
cómo expresa Epicteto la idea que expusimos en el párrafo anterior:
"No
olvides, simple actor; que representas una pieza como el autor de la comedia
quiere que sea representada. Si tu papel es corto, lo representarás corto; si
es largo, lo representarás largo. Si el autor quiere que tú representes el
personaje de un pobre, interpreta ese papel con naturalidad; y si es necesario
que seas en la pieza un rengo, un príncipe, un hombre vulgar; no te preocupes;
interprétalo lo mejor posible, pues tu deber es el de representar bien tu
personaje; en cuanto al papel que debes desempeñar; no está en ti el
escogerlo."
(Epicteto,
Manual, citado por Obiols. G., Problemas filosóficos, Antología básica de
Filosofía, Buenos Aires, Hachette 1984. pág. 79)
Unas regidas por el destino y otras nó.
Este
filósofo diferencia dos órdenes de cosas: aquellas que no dependen de nosotros
y las que sí dependen. Unas están regidas por el destino, y las otras no.
"Nosotros
somos los dueños de nuestras opiniones, de nuestros deseos, de nuestras
aversiones, en una palabra, de todas nuestras obras; mas no dependen de
nosotros nuestro cuerpo, ni las riquezas, ni la reputación, ni las dignidades,
en una palabra, nada de lo que no sea una de nuestras obras personales.
Las
cosas que dependen exclusivamente de nosotros son libres por su naturaleza; no
hay traba ni obstáculo alguno que se lo impida; por lo contrario, aquello que
no depende de nosotros es débil, está sujeto a la esclavitud y a la dificultad,
muchas veces expuesto a los caprichos de otro. "
(Epicteto,
op. cit., en Obiols, op..cit., pág. 74)
Frente
a aquellas cosas que no dependen de nosotros, debemos mantenemos
imperturbables. Nada debe alterar nuestra tranquilidad de ánimo. Leamos ahora a
Séneca:
"Tal
como tantos ríos, tanta lluvia que se precipita (...) no cambian ni atenúan la
salsedumbre del mar; de la misma manera el ímpetu de las adversidades no pliega
el ánimo del fuerte (...) No digo que sea insensible a ellas, sino que las
vence. No es invulnerable aquel que no es herido, sino aquel que no puede ser
ofendido; por este signo reconoceré al sabio."
(Séneca,
De la providencia; citado por Mondolfo, R., El pensamiento antiguo, Buenos
Aires, Losada, 1985, tomo 2, pp. 188 Y 189)
Para
no sufrir por no obtener aquellas cosas que no dependen de nosotros, debemos
abstenemos de desearlas, debemos evitar aferramos, con nuestros afectos, a las
cosas materiales de este mundo, debemos saber que ellas están sujetas al
destino, y este puede arrebatárnoslas en cualquier momento.
Veamos
algunos ejemplos concretos:
¿Cómo nos propone Epicteto obrar frente a nuestros seres queridos?
"En
todas las cosas, bien se trate de lo agradable o de lo útil, o de un objeto de
afección, no dejes de preguntarte qué es en sí, empezando por las cualidades
menos importantes. Si tienes un vaso de arcilla, dite: 'Es un vaso frágil lo
que aprecio', y si se rompe no por eso te enfadarás. Si abrazas con cariño a tu
hijo o a tu mujer, piensa que es una criatura humana lo que tienes en tus
brazos; y si la muerte te lo arrebata, no experimentarás por eso trastorno
alguno."
(Epicteto,
op. cit., en Obiols, op. cit., pág. 75)
¿Y frente a los honores y la gloria política?
"Puedes
ser invencible, con la condición de no aceptar ningún combate en el cual no
dependa de ti el obtener la victoria. Cuando ves un hombre lleno de honores,
elevado a lo más alto del poder o gozando de gran popularidad, no le creas por
eso completamente dichoso, ni te dejes conquistar por tales apariencias. Si es
verdad que la dicha perfecta está unida a las cosas que dependen únicamente de
nosotros, los bienes extraños nunca deben causamos envidia ni celos. Por tu
parte no tendrás la ambición de llegar a pretor, senador o cónsul, sino que
preferirás ser libre. Luego, no hay sino una manera de serlo, que es la de
despreciar todo aquello que no depende de nosotros. "
(Epicteto,
op. cit., en Obiols, op. cit., pág. 79)
¿y cómo actuar frente a las ofensas de quienes nos rodean?
"Cuando
estés a punto de emprender alguna cosa, recuerda con exactitud lo que es la
cosa de la cual se trata. Supongamos que sales a tomar un baño; represéntate lo
que pasa de ordinario en los baños públicos: hay personas que salpican el agua,
que empujan, que insultan, que roban. Así tú sabrás guardarte mejor contra todo
aquello que te pueda acontecer que te sea desagradable, y más aún si para ti mismo
dices, por ejemplo: 'Voy a ir a bañarme, y allí he de conducirme con arreglo a
mis principios y sin apartarme de mi carácter'. Al comenzar cualquier asunto,
procura hacerte el mismo razonamiento. Si te sucede en el baño algún incidente,
te harás esta reflexión al momento: 'Yo no voy solamente con la intención de
tomar un baño, sino también con la de conducirme conforme a mis principios y
conservar mi carácter: luego, no lo conservaré si me indigno de lo que pasa
allí'. "
(Epicteto,
op. cit., en Obiols, op. cit., pág. 75)
Los
ejemplos previos preanuncian cómo se ha de aplicar la doctrina estoica a un
tema central en esta filosofía: el tema de la muerte. ¿Cómo debe obrar el
hombre frente a su propio fin? La respuesta se infiere a partir de la siguiente
alegoría que propone Epicteto:
"En
un viaje por mar; cuando el barco se detiene en un puerto, si tú saltas a
tierra para hacer provisión de agua, podrías recoger de paso, ya sea una
conchilla, o bien una cebolla, pero siempre deberás mirar hacia el barco, y tener
cuidado cuando el piloto te llame, y si te llama abandónalo todo, no sea que te
trabe y te arroje al navío como vil cordero. Lo mismo sucede en la vida; que en
vez de una cebolla o una conchilla tengas una esposa o un hijo, nadie te
impedirá que les rodees de cuidados; más si el piloto soberano te llama, corre
pronto al barco y abandona todo cuanto poseas sin volver la vista hacia atrás;
y si eres viejo no te separes mucho del navío, por miedo a que te tome
desprevenido cuando venga tu llamamiento."
(Epicteto,
op. cit., en Obiols, op. cit., pág. 76)
Leamos también cómo plantea Séneca el tema de la muerte:
"Para
no temer nunca a la muerte, piensa siempre en ella (...) En este mar tan
proceloso y expuesto a todas las tempestades, no hay ningún puerto para los
navegantes, sino la muerte (...) Por consiguiente ¿qué lloras? ¿qué deseas?
Pierdes el tiempo... Has nacido sometido a esa ley... ¿No creías que alguna vez
habías de llegar a la meta hacia la cual marchabas constantemente? (...) Es
menester tener siempre pronta el alma: insidias, o enfermedades, o espada
enemiga, o fragor de casas derrumbadas, o destrucción de la tierra (...). La
última hora, en la cual cesamos de ser, no realiza por sí misma la muerte, sino
que la cumple; llegamos entonces a ella, pero desde mucho tiempo atrás nos
encaminábamos a ella."
(Séneca,
op. cit., en Mondolfo, op. cit., pág. 193)
La ética de Santo Tomás
Santo
Tomás, nacido en 1225 en las proximidades de Aquino, teólogo domínico, alumno y
luego profesor en la Universidad de París, adhirió a la tendencia de apertura
al conocimiento racional y científico que marcó el siglo XIII. Sin embargo, es
justo decir que con este domínico que murió a los 49 años camino al concilio de
Lyon, esta tendencia se vio por fin cristalizada en una obra tan completa y
amplia, que los tomistas posteriores poco han podido
agregarle.
Algunos
colaboradores de Santo Tomás le proporcionaron la traducción del corpus
aristotelicum, aun de las partes que estaban prohibidas -por haber sido
introducidas en el mundo occidental
por los pensadores árabes, entre ellos Averroes-, y allí encontró la base
óptima para conciliar el conocimiento revelado de Dios y la investigación
científica de los hechos naturales; sin negar la supremacía de la fe, Santo
Tomás reivindicó el valor de la razón como facultad cognoscitiva.
Esta nueva filosofía se encuentra comprendida en la Suma Teológica, obra que
abarca desde reflexiones acerca de la naturaleza hasta el tema de Dios, pasando
por la Metafísica general, el hombre y la moral, y donde podemos ver cómo.
Según H. Eco, Santo Tomás "cristianizó a Aristóteles", y
"proporcionó a la Iglesia un sistema doctrinal que la puso de acuerdo con
el mundo natural." (Eco, Umberto, La estrategia de la ilusión, Buenos Aires,
Lumen, 1988, pág. 365)
La Ética o filosofía práctica
La Ética o filosofía práctica que propone
Santo Tomás se encuentra enmarcada por el sistema arquitectónico que constituye
su doctrina, donde cada disciplina se encuentra íntimamente relacionada con las
otras, por lo que aislar una de ellas y pretender describirla sin aludir a las
demás, es sumamente difícil. Es por esto que ustedes leerán a continuación
elementos no solo de Ética sino también de Antropología filosófica, Metafísica
especial y Gnoseología.
Tal
como lo hizo Aristóteles, Santo Tomás sostiene que todos los hombres obran por
un fin, y que los diversos fines pueden ser, a su vez, medios para la obtención
de otro fin, formando una cadena o una serie de cadenas que se unen en una
cúspide constituida por el fin último que es, para todos los hombres, tal como
sostenía Aristóteles.
Sin embargo, Santo Tomás, partiendo de la revelación cristiana, afirma que todo
el universo, incluido el hombre, ha sido creado por un ser perfecto, eterno,
infinitamente poderoso e inteligente, que da razón de ser al orden natural del
cosmos, de los seres animados y del hombre. Dios es la Causa primera de todas
las creaturas, y estas son orientadas, en conformidad con su propia naturaleza,
a su perfección, es decir, a Dios, quien se constituye, de este modo, en causa
primera y fin último de la creación, alfa y omega de todos los seres.
¿Podemos
afirmar entonces que iodos los hombres buscan su propia perfección, tal como lo
hacen los demás seres naturales?
No, porque el hombre, por ser la creatura más elevada en la jerarquía natural,
está dotado de libertad, de modo que tenderá hacia su fin último o se apartará
de él con cada una de sus acciones libres. El hombre, el ser creado más
importante en el orden natural, puede decir "no" a su propia
perfección, a su fin último, a Dios.
Habíamos
afirmado antes que todo hombre busca la felicidad, pero, por lo que acabamos de
afirmar, no todo hombre tenderá a la verdadera felicidad o bienaventuranza, es
decir a Dios.
¿En
qué otros bienes puede buscar el hombre la felicidad, y por qué Santo Tomás
afirma que solo Dios brinda la única felicidad genuina?
Siguiendo
un camino similar al que había emprendido Aristóteles, Santo Tomás analiza los
distintos tipos de bienes en los cuales el hombre puede buscar la felicidad,
los clasifica, y va marcando para cada uno por qué no pueden brindar al hombre
la bienaventuranza. Sintetizaremos en el siguiente cuadro ese análisis:
El ir descartando los distintos
bienes, para afirmar como conclusión que solo Dios puede constituir la felicidad
para el hombre, es solo el primer camino que emprende Santo Tomás. Tal como lo
hizo Aristóteles, este filósofo ensaya una segunda vía para afirmar la misma
conclusión, y es la siguiente:
El
alma tiene dos potencias o facultades, tal como está mencionado en el cuadro
anterior: la inteligencia y la voluntad. La voluntad es el apetito que tiende
al bien, pero no es capaz de conocer por sí mismo, sino que apetece aquello que
la razón le muestra.
La razón, en su aspecto teórico, es capaz de conocer o aprehender la esencia de
las cosas, y por conocer la esencia, conoce en forma universal. Este
conocimiento es diferente del que nos brindan los sentidos, que se refiere
siempre a cosas singulares. Así, por ejemplo, no vemos "el auto",
sino este auto que está aquí estacionado, mientras que por medio de la razón
formamos el concepto de auto que es universal.
La
razón práctica, a su vez, es aquella capaz de conocer el bien; por lo tanto,
puede conocer el bien universal, y este es el objeto de la voluntad.
"La
bondad de la voluntad, propiamente hablando, depende de su objeto, el cual le
es propuesto por la razón (...). Por esto la bondad de la voluntad depende de
la razón, según el modo mismo en que ella depende del objeto. "
(Santo
Tomás I-II- q. 18 a 1; en Fraile, G., Historia de la Filosofía, Vol. II (22),
Madrid, B.A.C., 1975, pág. 459)
Sin
embargo, los diversos bienes naturales, por ser limitados, no constituyen ese
Bien Universal, sino que participan, en mayor o menor medida, del Bien. Dicho,
en otros términos, nuestra voluntad apetece el Bien, pero, a nuestro alrededor,
no encontramos el bien, sino distintos bienes, algunos mejores que otros. Y
nosotros no deseamos estos bienes por lo que tienen de limitados, sino porque,
en cierta medida tienen algo bueno.
Sin embargo, la voluntad nunca quedará completamente satisfecha, puesto que
ella desea el bien ilimitado, y no lo encuentra en el orden natural. No
obstante, ese Bien existe, y es Dios.
El
alma podrá gozar de esa plenitud que brinda la felicidad total recién en el
otro mundo; sin embargo, la vida contemplativa puede, en la tierra, adelantamos
algo de la vida después de la muerte mediante el conocimiento, aunque muy
limitado, de Dios. Podemos diferenciar entonces, dos tipos de felicidad, una
imperfecta y natural, propia de esta vida, y otra perfecta y sobrenatural,
inaccesible durante nuestra actual existencia.
¿Cuál es el medio para encaminamos
a Dios ya en esta vida? ¿Cómo debo obrar para no contradecir mi propia
naturaleza, que me indica que debo acercarme a Dios?
Para
lograrlo, debemos obrar bien, pero no una o dos veces ("una golondrina no
hace verano") sino siempre, y al obrar bien repetidamente, adquiriremos
las virtudes, que son disposiciones estables para obrar bien, es decir,
"refuerzos" que reciben nuestras facultades que les facilitan obrar
recto.
"Hay
en el hombre una aptitud natural hacia la virtud, pero la perfección misma
virtud requiere necesariamente una cierta disciplina para quien quiere
adquirirla. "
(Santo
Tomás, Suma teológica; citado por Pascal, G. Les grandes textes de la
Philosophie, op. cit. pp. 80-82. Trad. de M. F. de Gallo)
Virtudes Intelectuales y Virtudes Morales
Santo
Tomás clasifica las virtudes en dos grandes grupos: las virtudes intelectuales
y las morales. Las primeras perfeccionan el intelecto, las segundas, la
voluntad y a los apetitos. Las virtudes morales, tal como sostenía Aristóteles,
constituyen un término medio, y son tres: la justicia (lleva a obrar bien dando
a cada uno lo suyo), la fortaleza (modera el temor y la audacia) y la templanza
(modera los apetitos de la parte concupiscible).
La
virtud intelectual principal es la prudencia, que nos permite determinar, en
cada situación concreta, dónde está el término medio. Esta virtud, por lo
tanto, rige a las otras, de manera que, cuando se obra rectamente los apetitos
sensibles se encuentran guiados por la razón:
"El hombre dispone, para Luchar contra sus impulsos, de las armas de la
razón, de las que no disponen los otros animales. " .
(Santo
Tomás, op. cit., en Pascal, G., op. cit., loc. cit.)
"El
bien del hombre consiste en conformarse a la razón, y el mal, por el contrario,
en lo que es fuera de ella".
(SantoTomás
I-II- q. 18 a 5; en Fraile,op. cit., pág. 465)
Al
obrar guiados por la razón, estaremos obrando también conforme a la ley natural
que orienta nuestros actos hacia el fin último, es decir, Dios, puesto que la
ley natural participa de la ley eterna de la providencia divina, que rige el
curso de toda la creación.
La ética kantiana
Los
filósofos vistos en esta sección todos revisten importancia. Sin embargo, dos
de ellos, Aristóteles y Santo Tomás, desarrollaron sistemas tan amplios y
profundos, que ejercieron una enorme influencia en quienes los sucedieron y en
los siglos posteriores.
El
pensador que veremos ahora es comparable a esos dos grandes en la historia de
la filosofía, por lo visto, coherente y profundo del sistema que propuso, y por
haber marcado un hito, un punto de inflexión crucial en el pensamiento moderno.
Immanuel Kant nació en el año 1724 en la ciudad de Königsberg, ubicada al
oriente de la antigua Prusia. Allí vivió y murió a la avanzada edad de 80 años.
Nacido
de familia humilde (su padre era un talabartero), recibió desde niño una
estricta formación pietista. Era un hombre de amplísimos conocimientos: además
de dedicarse de lleno a la reflexión filosófica era versado en Matemática,
Geografía, Física, Teología y Antropología entre otras
disciplinas. Era asimismo pacifista y antimilitarista.
Su
vida fue prolongada a pesar de la dolencia pulmonar que sufría, y esto
seguramente a causa del estricto régimen de vida que llevaba. Era tenaz y
perseverante en lo que emprendía y de costumbres muy regulares. Pero la
característica principal de Kant fue sin duda, su integridad moral, y fue,
precisamente, según algunos estudiosos, el tema ético el central en el
pensamiento de este filósofo.
Su obra principal, Critica de la Razón Pura, apareció cuando Kant contaba ya 60
años. Escribió también la Critica de la Razón Práctica y la Fundamentación de
la Metafísica de las costumbres, en las que expone su doctrina ética.
Fundamentación de la Metafísica de las costumbres:
"Ni
en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del
mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin
restricción, a no ser tan solo una buena voluntad. El entendimiento, el
gracejo, el Juicio, o como quieran llamarse los talentos del espíritu; el
valor, la decisión, la perseverancia en los propósitos como cualidades del
temperamento son, sin duda, en muchos aspectos, buenos y deseables; pero
también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos si la voluntad
que ha de hacer uso de estos dones de la naturaleza, y cuya peculiar
constitución se llamó por eso carácter, no es buena. Lo mismo sucede con los
dones de la fortuna. El poder, la riqueza, la honra, la salud misma y la
completa satisfacción y el contento del propio estado, bajo el nombre de
felicidad, dan valor y tras él a veces arrogancia, si no existe una buena
voluntad que rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa
felicidad y con él el principio todo de la acción."
(Kant
l., Fundamentación de la Metafísica de las costumbres, Buenos Aires, Espasa
Calpe, 1963, pág.27)
Así, una cualidad cualquiera puede ser buena o mala, conforme a la intención
con que se la use. Vale para ejemplificar esto el caso de Benito Mussolini,
cuya inteligencia era por todos conocida, y, sin embargo, también es sabido el
uso que hizo de ella.
Más
adelante continuaba Kant:
"La
buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es bueno por su
adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es bueno solo por
el querer, es decir, es buena en sí misma. Considerada por sí mismo, es, sin
comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos
verificar en provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere, de la
suma de todas las inclinaciones. Aun cuando, por particulares enconos del azar
o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa
voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores
esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y solo quedase la buena voluntad -no
desde luego como un mero deseo, sino como el acopio de todos los medios que
están en nuestro poder- sería esa buena voluntad como una joya brillante por sí
misma como algo que en sí mismo posee pleno valor. La utilidad o la esterilidad
no pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor. Serían, por decirlo así, como
la montura, para poderla tener más a la mano en el comercio vulgar o llamar la
atención de los pocos versados; que los peritos no necesitan de tales reclamos
para determinar su valor."
(Kant,
l., op. cit., pp. 28 Y 29)
De
este modo, no puede decirse que una persona no obró bien, si tuvo la intención
de realizar una buena acción, pero por motivos que le eran ajenos no logró
llevarla a cabo. Tampoco puede decirse que, si obró bien alguien que, por
casualidad, realizó una buena acción.
Sin
embargo, no siempre obramos bien. Muchas veces "sabemos" que deberíamos
hacer talo cual cosa, y sin embargo nos dejamos llevar por nuestras apetencias
personales, nuestros afectos, nuestras preferencias o nuestras conveniencias. Y
es que, según Kant, nosotros, los seres humanos, no estamos constituidos solo
por la razón (que es la que tiene conciencia de lo que está bien y lo que está
mal), sino también por lo que él llama inclinaciones. Cuando sabemos lo que
está bien, pero nuestras inclinaciones quieren arrastramos en sentido
contrario, la buena voluntad de la que antes hablábamos se convierte en deber,
noción central de la ética kantiana. Así, solemos escuchar a ciertas personas
decir frases como: "Me quedaría descansando en la cama en lugar de ir al
trabajo, pero el deber me llama".
El deber, entonces, siempre tiene un carácter coercitivo, en tanto surge para
oponerse y reprimir la inclinación.
Esto
no significa que solo obramos bien si lo hacemos oponiéndonos a nuestras
inclinaciones. Si yo salvo a mi hermano que acaba de sufrir un accidente
automovilístico y quedó encerrado en su auto, debo analizar mi acción y pensar:
"¿Lo habría hecho de todos modos si el accidentado hubiese sido un
desconocido?". Si la respuesta es afirmativa, entonces mi acción fue
buena, pero si la respuesta es: "Solo lo hice porque sabía que era mi
hermano el que pedía socorro", entonces mi acción, si bien no habrá sido
mala, tampoco habrá sido buena, pues no lo hice por deber sino por inclinación.
Precisemos
mejor esto analizando la clasificación que propone Kant de los actos en
relación con el deber:
1) Suponte que un compañero te
pide que lo ayudes a estudiar para una evaluación de Física ya que no entiende
algunos puntos. Dispones de tiempo para hacerla y tienes muy claros los temas a
ser evaluados; sin embargo, prefieres quedarte mirando tu programa favorito de
televisión. Allí habrás obrado en forma contraria al deber y tu acto, entonces,
habrá sido malo.
2)
Imagina, en cambio, que ese compañero que solicita tu ayuda conoce al dedillo
los contenidos de la próxima evaluación de Literatura, de modo que tú le dices:
"Acepto ayudarte, pero a cambio de que me ayudes luego con
Literatura". En este caso habrás obrado en función de una conveniencia
tuya. Tu acto coincidió con lo que el deber te indicaba, pero lo hiciste por
inclinación, puesto que no lo habrías ayudado si él no hubiese sabido
Literatura. Tu acto habrá sido de acuerdo con el deber y por inclinación
mediata, puesto que tu compañero es solo un medio para lograr lo que tú deseas.
3) Imagina ahora que quien te pide ayuda es tu mejor amigo, y solo lo ayudas
porque se trata de él y lo aprecias mucho, Tu acto será también de acuerdo con
el deber, como en el caso anterior, pero por inclinación inmediata, puesto que
es tu amigo mismo el objeto de tu inclinación.
4)
Imagínate ahora que el que te pide ayuda, no es amigo tuyo, y no puedes
conseguir nada de él a cambio, pero entiendes que debes ayudarlo y lo haces.
En
los casos 2 y 3 merecen ser calificados como moralmente neutros.
Obviamente,
solo en el cuarto caso tu acción podrá ser calificada de buena.
Kant, a su vez, propone los siguientes ejemplos:
"Es
desde luego, de acuerdo con el deber que el mercader no cobre más caro a un
comprador inexperto; y en los sitios donde hay mucho comercio, el comerciante
avisado y prudente no lo hace, en efecto, sino que mantiene un precio fijo para
todos en general, de suerte que un niño puede comprar en su casa tan bien como
otro cualquiera. Así, pues, uno es servido honradamente. Mas esto no es ni
mucho menos suficiente para creer que el mercader haya obrado por deber por
principios de honradez; su provecho lo exigía, mas no es posible admitir además
que el comerciante tenga una inclinación inmediata hacia los compradores, de
suerte que haya actuado por amor a ellos; por decirlo así, la acción no ha
sucedido ni por deber ni por inclinación inmediata, sino simplemente por una
intención egoísta.
En
cambio, conservar cada cual su vida es un deber, y además todos tenemos una
inmediata inclinación a hacerlo así. Mas, por eso mismo, el cuidado angustioso
que la mayor parte de los hombres pone en ello no tiene un valor interior, y la
máxima que rige ese cuidado carece de contenido moral. Conservan su vida
conformemente al deber, sí, pero no por deber. En cambio, cuando las
adversidades y una pena sin consuelo han arrebatado a un hombre todo el gusto
por la vida, si este infeliz, con ánimo entero y sintiendo más indignación que
apocamiento o desaliento, y aun deseando la muerte conserva su vida, sin
amarla, solo por deber y no por inclinación o miedo, entonces su máxima sí
tiene un contenido moral.
Ser benéfico en cuanto se puede es un deber, pero, además, hay muchas almas tan
llenas de conmiseración, que encuentran un placer íntimo en distribuir "la
alegría en torno suyo, sin que a ello les impulse ningún movimiento de vanidad
o de provecho propio y que pueden regocijarse del contento de los demás, en
cuanto que es su obra.
Pero
yo sostengo que, en tal caso, semejantes actos, por muy conformes que sean al
deber, por muy dignos de amor que sean, no tienen, sin embargo, un valor moral
verdadero y corren parejas con otras inclinaciones, por ejemplo, con el afán de
honras, el cual, cuando, por fortuna, se refiere a cosas que son en realidad de
general provecho, conformes al deber y, por tanto, honrosas, merece alabanzas y
estímulos, pero no estimación; pues le falta a la máxima contenido moral, esto
es, que tales acciones sean hechas, no por inclinación, sino por deber. "
(Kant,
l., op. cit., pp. 33-35)
De
manera de Kant nos dice que debemos cumplir con lo que el deber nos manda, más
allá de ello nos proporcione o no un beneficio personal.
Sabemos
que debemos obrar bien, pero no siempre es sencillo determinar qué acción es
buena y cuál no lo es. ¿Existe alguna forma que nos permita discernir entre
ambas? Pues sí. Existe una regla objetiva, aplicada la cual, sabremos si llevar
a cabo una acción o no. Esta regla objetiva está formulada en los imperativos
categóricos que expondremos enseguida. Antes es necesario realizar algunas
precisiones.
·
¿Qué es un imperativo? Es el lenguaje en el que se expresan los
mandatos éticos. Así, por ejemplo, los diez preceptos o mandamientos que legó
Moisés al pueblo judío están expresados de modo imperativo.
·
¿Y por qué son categóricos? Porque, como dijimos más arriba,
mandan en forma absoluta, siempre más allá de las circunstancias particulares
en las que se encuentre la persona o de los beneficios que esa acción le pueda
brindar. Distintos son los imperativos hipotéticos, que mandan en forma
condicional, como, por ejemplo: "Si deseas ser ayudado por tus compañeros,
debes ayudarlas cuando ellos lo necesiten".
Este
precepto manda que ayudemos a los demás, pero solo para ser ayudados por ellos
a cambio.
Es
importante acotar aquí la objeción que formula Kant a todos los sistemas éticos
que señalan al hombre cómo debe obrar si quiere lograr un fin o un bien, como, por
ejemplo, la felicidad. Quien afirma: "Debo ser prudente si quiero ser
feliz", "Debo aceptar mi destino si quiero lograr la tranquilidad
espiritual", etc. no apunta a la noción central que debe atender un
correcto sistema ético: el deber como única norma para obrar.
·
Es necesario también explicar el significado de la palabra máxima. Esta designa el
principio por el cual yo obro, aquello por lo cual realizo una acción. Es, por
lo tanto, un principio subjetivo, a diferencia del imperativo categórico que es
objetivo.
Ahora
sí estamos en condiciones de presentar la primera formulación del imperativo
categórico:
"Obra
según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley
universal."
En otros términos: "Nunca hagas algo que no aceptarías que pudiera ser
hecho por todos".
Tomemos
a modo de ejemplo un caso que el mismo Kant propone. Yo necesito dinero
prestado, pero sé que no podré devolverlo. Sin embargo, me consta que solo
obtendré ese préstamo si prometo devolverlo. De modo que hago la promesa
sabiendo que no la cumpliré.
¿Cómo debo analizar esto?
En
primer lugar, debo ver cuál es la máxima que guía mi acción y formularla así:
"faltaré a mis promesas cada vez que me convenga". En segundo lugar,
debo analizar qué ocurriría si mi máxima fuera ley para todos. Y enseguida
advierto que, si nadie cumpliera sus promesas, entonces las promesas mismas
dejarían de existir, porque nadie creería en ellas y yo no puedo querer esa
consecuencia.
Por
otra parte, si analizamos las acciones que todos realizamos, advertimos que
siempre están hechas por un fin. Como vimos antes, esos fines suelen basarse en
nuestras inclinaciones, y son, por lo tanto, subjetivos. Sin embargo, si existe
un imperativo categórico, eso significa que deben existir fines absolutos y objetivos,
y estos fines absolutos deben ser los seres humanos mismos.
De
aquí entonces la segunda formulación del imperativo categórico:
"Obra
de tal modo que no consideres a la humanidad (en ti mismo y en los otros)
solamente como un medio sino siempre como un fin en sí mismo. "
(Kant,
l., op. cit., pág. 84)
Es
decir que, si consideramos a otra persona, o aun a nosotros mismos, como medios
o instrumentos al servicio de una inclinación nuestra, entonces habremos obrado
mal.
Todo
lo visto hasta ahora, la presencia en el hombre de una conciencia moral y la
existencia del deber y la ley moral supone que en el ser humano hay libertad.
No tiene sentido, por ejemplo, juzgar la moralidad de una piedra que cae,
puesto que la piedra no es un ser libre: no puede elegir no caer, por ejemplo.
El hombre, en cambio, puede elegir ayudar o no a los otros, suicidarse o no
hacerla, etc.
Hay,
es cierto, muchos aspectos en el hombre donde no reina la libertad. Todos sus
procesos físicos y aun los psíquicos -sus inclinaciones, por ejemplo- están
regidos por leyes de causalidad, es decir, que cada uno de ellos tiene una
causa que lo determina en el orden natural. Sin embargo, hay otro aspecto en el
hombre, el racional, que corresponde a un orden que Kant llama nouménico en el
cual no rige el determinismo de la ley natural, sino la ley moral y la
libertad. Kant denomina a ese aspecto racional del hombre, razón práctica
(praxis = acción) que no es sino la voluntad regida por el deber y aplicada al
actuar moral. Por lo anterior, solo cuando el hombre puede sustraerse a sus
inclinaciones y actuar por deber, es decir, cuando no depende de causas
biopsíquicas que lo determinan, sino que actúa en función de la ley moral, solo
en ese caso, es libre. Así, sintetizando, existen dos tipos de leyes que
corresponden a los órdenes de realidades y a dos aspectos en el hombre:
Finalmente, cabe decir que para
Kant la felicidad no puede ser el objetivo del actuar ético del hombre. Piensa
que si la naturaleza hubiera querido hacemos felices (y por
"felicidad" entiende "satisfacción y contento del propio estado")
nos habría dotado solo de instintos; si nos dotó de razón fue para que
pudiéramos ser moralmente buenos, lo que es mucho más importante para él que la
felicidad, en cualquiera de sus formas.
La ética utilitarista.
Aunque
no fue John Stuart Mill (1806-1873) el creador del utilitarismo ya que a esta
tendencia adhirieron filósofos anteriores tales como Bentham y James Mill-padre
de John Stuart- se lo considera el representante más significativo de esta
postura en ética. Había nacido en Londres y recibió de su
padre una cuidadosa, aunque rígida educación. En el terreno filosófico Mill se dedicó a temas de Lógica, Metodología de la ciencia,
Ética y Filosofía social y también se interesó por la Economía política. Entre
sus obras más importantes cabe citar Sistema de Lógica, Sobre la libertad,
Principios de Economía Política y Utilitarismo. Pero antes de entrar en su
teoría ética trataremos de recordar algunas características del país y la época
en que vivió. (Consulta previamente el cuadro histórico de las pp. 20-23.)
En
Inglaterra, Victoria fue coronada reina en 1837 y gobernó hasta 1901. En este
período el Reino Unido -que en el siglo anterior había perdido su colonia más
importante al independizarse EE. UU.- se convirtió, no obstante, en la potencia
mundial hegemónica tanto en el plano político como en el económico. La
industria cobró gran impulso y esto hizo progresar el comercio; se amplió el
mercado y se incorporaron nuevos territorios al imperio, tales como la India y
partes de Oceanía y muchas islas que aseguraban puntos estratégicos para el
dominio de las rutas marítimas. Se realizaron reformas electorales: en 1867 se
concedió el derecho al sufragio a la pequeña burguesía y a los obreros
especializados y este se extendió en 1880 a los pequeños propietarios rurales.
Los obreros se agruparon en sindicatos que fueron reconocidos oficialmente. La
sociedad victoriana se caracterizó por una gran rigidez moral que, en muchos
casos, se redujo a una mera apariencia de costumbres virtuosas.
El constante progreso material de este siglo generó en la burguesía europea un
gran optimismo y una creciente confianza en que ese progreso sería indefinido.
Hacia fines de siglo "Europa danzaba sobre un barril de pólvora": era
la "Belle Epoque", lujosa y despreocupada para muchos, pero crítica
en más de un aspecto para otros.
En
esa Inglaterra de la Segunda Revolución Industrial y de la era victoriana
desarrolló J. S. Mill sus ideas. En su obra Utilitarismo dice
que la pregunta clave de la Ética desde sus comienzos ha sido la que se refiere
a cuál es el sumo bien ya que parecería que toda acción tiende a un fin y que
esta cadena de fines se justifica por la existencia de un último fin -el sumo
bien- al cual los otros se subordinan.
Así como toda ciencia se apoya sobre ciertos principios, en Ética deberá
ocurrir lo mismo. La diferencia residirá en que en las ciencias experimentales
al final se llega a los principios y se comienza por observar la realidad -J.
S. Mill es inductivista- mientras que en Ética es indispensable formularlos
desde el comienzo. El principio básico que elige como fundamento de la moral es
el de mayor felicidad, según el cual:
"las
acciones son justas en la proporción en que tienden a promover la felicidad; e
injustas en cuanto tienden a producir lo contrario de la felicidad. Se entiende
por felicidad el placer, y la ausencia de dolor, por infelicidad, el dolor y la
ausencia de placer. (...) El placer y la exención de dolor son las únicas cosas
deseables como fines; y -todas las cosas deseables- (...), lo son o por el
placer inherente a ellas mismos, o como medios para la promoción del placer y
la prevención del dolor. "
(Mill, Utilitarianism, New York, The Liberal Arts Press, 1957, pág. 10,
traducción de M. F. de Gallo)
Pero
esta teoría ha suscitado diversas objeciones. La primera de ellas es que
"suponer que la vida no tiene un fin más elevado que el placer -un objeto
de deseo y persecución más noble y mejor- es un egoísmo y una vileza, una
doctrina solo digna de cerdos". A esto responde Mill que la acusación
anterior se basa sobre un supuesto que es necesario explicitar: si los cerdos
encontraran placenteras las mismas cosas que los hombres, entonces las normas
de vida de los unos deberían ser iguales a las de los otros. Pero ¿por qué esto
debe ser así? Parecería que el hombre es capaz de placeres más elevados en la
medida en que tiene también facultades más elevadas y que una vez que ha tomado
conciencia de ellas ya no se satisfará con aquello que pueda saciar sus
instintos animales. Así, si se puede afirmar que hay placeres más elevados que
otros, esto torna a los primeros más deseables y valiosos que los segundos.
¿Cómo
se puede jerarquizar a los placeres? Mill propone un criterio: si de dos
placeres, A y B, conocidos adecuadamente por el sujeto, este coloca a A tan por
encima de B que lo prefiere aun cuando la cantidad de B sea mayor que la de A,
A resultará cualitativamente superior. Para dar un ejemplo, si puedo elegir
entre ir a un banquete que tendrá lugar entre las 12.00 y las 15.00 de un
sábado en el que sé que dispondré de una abundantísima comida (B) y un
concierto que dura solo una hora -de 13.00 a 14.00- del mismo sábado en el que
cantará Plácido Domingo (A), la elección del 2° marcará su superioridad
cualitativa. Añade Mill:
"Ahora bien, es un hecho incuestionable que quienes tienen un conocimiento
igual y una capacidad igual de apreciar y gozar, dan una marcada preferencia al
modo de existencia que emplea sus facultades superiores. Pocas Criaturas
humanas consentirían en que se las convirtiera en alguno de los (mima les
inferiores, a cambio de un goce total de todos los placeres bestiales; ningún
ser humano inteligente consentiría en ser un tonto y ninguna persona instruida
en ser ignorante, ninguna persona con sentimiento y conciencia en ser egoísta e
infame; ni siquiera se los podría persuadir de que el estúpido o el bellaco están
más satisfechos con su suerte que ellos con la suya (...)"
Mill
reconoce que, así como un hombre de facultades más elevadas necesita más para
ser feliz, también será capaz de sufrir más agudamente -es probable que sienta
más remordimientos si daña a los otros, será más consciente de la muerte que
acecha a sus seres queridos y a él mismo, de los sufrimientos corporales que
puede implicar un síntoma casi insignificante, etc.-. Pero hay algo, que es el
sentido de dignidad, que llevará a cualquier hombre que tenga acceso a los
placeres más elevados a rechazar una existencia de un nivel inferior, digna de
animales.
"Es
indiscutible que los seres cuya capacidad de gozar es baja, tienen mayores
probabilidades de satisfacerla totalmente; y un ser dotado superiormente
siempre sentirá que, tal como está constituido el mundo,
toda la felicidad a que puede aspirar será imperfecta, pero puede aprender a
soportar sus imperfecciones (...). Es mejor ser un hombre insatisfecho que un
cerdo satisfecho; es mejor ser Sócrates insatisfecho, que un tonto satisfecho.
Y si el tonto o el cerdo son de distinta opinión, es porque solo conocen su
propio lado de la cuestión. El otro extremo de la comparación conoce ambos
lados."
(Mill,op.
cit., pp. 13 Y 14)
Mill
rechaza la objeción de que ciertas personas que son capaces de placeres
superiores a veces lo posponen a los inferiores porque se tientan ante estos
últimos. Sostiene que, por el contrario, si eligen de esa manera es porque ya
se han incapacitado para disfrutar de los primeros; la capacidad para
experimentar sentimientos nobles es similar a una planta muy tierna que se seca
por influencias negativas y también porque le falta nutrición, es decir porque
la persona está, en un medio poco propicio para su desarrollo espiritual y/o
porque recibe una educación insuficiente.
Pero
hay otros argumentos en contra de esa teoría que Mill analiza por separado:
1°) La felicidad no puede ser un objetivo de la vida y de la acción humana y
quizá ni siquiera el hombre tiene derecho a ser feliz.
2°)
No solo se puede obrar sin felicidad, experiencia que han tenido todos los
seres humanos alguna vez, sino que además, no se puede llegar a ser noble si no
se aprende la lección de la renunciación, que es la condición misma de la
virtud.
y el filósofo responde así al primer argumento:
"La
primera de estas objeciones llegaría hasta las raíces de la cuestión si
estuviera bien fundada, porque si los seres humanos no han de poseer felicidad
alguna, su consecución no puede ser el fin de la moralidad ni de la conducta
racional. Sin embargo, aun en este caso podría decirse algo a favor de la
teoría utilitarista. En efecto, la utilidad no solo incluye la búsqueda de la
felicidad, sino también la prevención o mitigación de la desgracia; y si la
primera es quimérica, quedará el gran objetivo y la necesidad imperativa de
evitar la segunda (…). Sin embargo, cuando se afirma absolutamente la
imposibilidad de la felicidad humana, este aserto, si no es una especie de
sutileza verbal, es al menos, una exageración. "
(Mill,
op\ cit., pág. 17)
Es
necesario en primer término aclarar qué se entiende por felicidad. Si se la
identifica con un placer exaltado es obvio que no puede darse en forma
ininterrumpida, pero en realidad cuando se ha hablado de la vida feliz siempre
se ha pensado en aquella vida en la que los placeres activos se alternan con
los pasivos, es decir, en la que los momentos de exaltación preceden y
suceden a momentos de
tranquilidad y en la cual los dolores son escasos y
transitorios. Entendida de esta manera -y añadiendo que no hay que esperar de
la vida más de lo que esta puede dar- queda claro que la felicidad no es
inalcanzable.
Sin
embargo Mill se anticipa a un posible comentario despectivo de sus oponentes:
"¡Vaya idea modesta de la felicidad!" y responde que si sus
interlocutores encuentran que una vida así es insípida esto se debe a otras
razones; una de ellas es el egoísmo -las personas que no se preocupan por otros
ni por la sociedad en que viven, cuando envejecen van perdiendo interés por lo
que las rodea, mientras que aquellas que sienten afecto por otros y se
interesan por la sociedad a la que pertenecen conservan las mismas ganas de
seguir viviendo de cuando eran jóvenes-; otra razón de peso es la falta de
cultivo intelectual: cuando no se sabe apreciar ni la naturaleza ni el arte,
cuando no se tiene curiosidad científica, cuando no se sabe disfrutar de una
buena lectura, la vida se empobrece notoriamente.
Y
Mill añade estas reflexiones:
"En
un mundo en que hay tanto de interesante, tanto que gozar, y también tanto que
corregir y mejorar, todo el que posea esta moderada cantidad de moral y de
requisitos intelectuales, es capaz de una existencia que puede llamarse
envidiable; a menos que esa persona, por malos leyes o por sujeción a la
voluntad de otros, sea despojada de la libertad para usar de las fuentes. de la
felicidad a su alcance, no dejará de encontrar envidiable esa existencia, si
escapa a las maldades positivas de la vida, a las grandes fuentes de
sufrimiento físico y mental (...)"
(Mill,
op. cit., pág. 19)
Las grandes calamidades que acechan a la humanidad.
Las
grandes calamidades que acechan a la humanidad según J. S. Mill, son
fundamentalmente tres: ignorancia,
enfermedad y pobreza extrema. Pero el filósofo se manifiesta
optimista al respecto. La ignorancia deberá combatirse con la difusión de la
educación -una educación que no solo deberá apuntar a lo intelectual sino
también al desarrollo de la sensibilidad estética y del recto juicio moral-; la
enfermedad deberá combatirse con el desarrollo de la medicina y las ciencias
que a ella confluyen, y la pobreza extrema con una legislación adecuada que
permita proteger a los que menos tienen y alcanzar alguna forma de justicia
social. En las palabras de Mill:
"Ninguno
cuya opinión merezca una atención momentánea, puede dudar de que los mayores
males del mundo son de suyo evitables, y si los asuntos humanos siguen
mejorando, quedarán encerrados al final dentro de estrechos límites. La
pobreza, en cualquier sentido que implique sufrimiento, podrá ser completamente
extinguida por la sabiduría de la sociedad, combinada en el buen sentido y la
prudencia de los individuos. Incluso el más obstinado de los enemigos, la
enfermedad, podrá ser reducida indefinidamente con una buena educación física y
moral, y un control apropiado de las influencias nocivas. Así ha de ser
mientras los progresos de la ciencia ofrezcan para el futuro la promesa de
nuevas conquistas dirigidas contra este detestable enemigo (…).
En resumen, todas las grandes causas del sufrimiento humano pueden
contrarrestarse considerablemente, y muchas casi enteramente, con el cuidado y
el esfuerzo del hombre. Su eliminación es tristemente lenta; una larga serie
degeneraciones perecerá en la brecha antes de que se complete la conquista y se
convierta este mundo en lo que fácilmente podrá ser si la voluntad y el
conocimiento no faltan. Sin embargo, todo hombre lo bastante inteligente y
generoso para aportar a la empresa su esfuerzo, por pequeño e insignificante
que sea, obtendrá de la lucha misma un noble goce que no estará dispuesto a
vender por ningún placer egoísta. "
(Mili,op.
cit., pág. 20)
Respuesta a la segunda objeción:
El
filósofo responde a continuación a la segunda objeción que le había sido
formulada y lo hace del siguiente modo:
"Incuestionablemente,
es posible obrar sin ser feliz; lo hace involuntariamente el noventa por ciento
de los hombres, aun en aquellas partes del mundo que están menos sumidas en la
barbarie. Suelen hacerlo voluntariamente el héroe o el mártir, en aras de algo
que aprecian más que su felicidad personal. Pero este algo, ¿qué es, sino la
felicidad de los demás, o alguno de los requisitos de la felicidad? Es noble la
capacidad de renunciar a la propia felicidad o a sus posibilidades, pero,
después de todo, este sacrificio debe hacerse por algún fin."
(Mill,
op. cit., pp. 20 Y 21)
Mill
se pregunta si el héroe y el mártir se sacrificarían de igual modo en caso de
creer que su sacrificio es totalmente inútil. Y añade que la renuncia a la
propia felicidad -se supone para hacer más felices a otros- es muy noble pero
solo porque el mundo es imperfecto. Así el utilitarista reconoce el valor del
sacrificio de la propia felicidad, pero solo ligado a la obtención de la
felicidad ajena.
Mill
responde más adelante a aquellos que le objetan, por el contrario, que la ética
utilitarista es demasiado exigente, ya que es excesivo pedirle a la gente
cuando actúa que se preocupe por promover la felicidad general. Aquí el
filósofo advierte que es posible actuar con motivos egoístas, y que eso no lo
condena el utilitarismo siempre y cuando el acto tenga que ver con la felicidad
de otros. Por ejemplo, aquel que salva al que se está ahogando está actuando
bien, ya sea que lo haga por deber o porque espera que le paguen por su
molestia; lo único que variará de un caso a otro es nuestra estimación moral
del sujeto que actúa. Finalmente, Mill rechaza la acusación de que la suya es
una doctrina atea sosteniendo que, si es una creencia verdadera que Dios quiere
por sobre todas las cosas la felicidad de sus criaturas no solo no es una
doctrina atea, sino que es profundamente religiosa.
Para sintetizar su posición J. S. Mill dice lo siguiente:
"En
la norma áurea de Jesús de Nazaret, leemos todo el espíritu de la ética
utilitarista: 'Haz como querrías que hicieran contigo y ama a tu prójimo como a
ti mismo'. En esto consiste el ideal de perfección de la moral utilitarista.
Como medios para conseguir la más exacta aproximación a este ideal, el
utilitarismo exigiría lo siguiente: primero, que las leyes y disposiciones
sociales colocaran la felicidad o (como prácticamente podemos llamarlo) el
interés de cada individuo del modo más aproximado, en armonía con el interés
común; segundo, que la educación y la opinión, que tan vasto poder tienen sobre
el carácter humano, usaran su poder para establecer en la mente de cada individuo
una asociación indisoluble entre su propia felicidad y el bien de todos;
especialmente entre su propia felicidad ,y la práctica de aquellos modos de
conducta, positiva y negativa, que la consideración de la felicidad universal
prescribe. Así, el individuo no solo sería incapaz de concebir su felicidad en
oposición con el bien general, sino que uno de los motivos de acción habituales
en él sería el impulso que promover directamente el bien general. Además, los
sentimientos correspondientes ocuparían un lugar preeminente en la existencia
autoconsciente de todo ser humano."
(Mill,
op. cit., pp. 22 Y 23)
A
continuación, transcribiremos algunas críticas dirigidas al utilitarismo por el
Prof. A. Mac Intyre en Historia de la Ética:
1. "Cuando
la felicidad recibe el sentido amplio e indiferenciado que le da Mill, el
mandato 'Busca la felicidad' se reduce meramente a 'trata de alcanzar lo que
deseas', mandato vacío que no dice nada respecto de objetos rivales del deseo o
deseos excluyentes o antagónicos."
2. "El
concepto de mayor felicidad para el mayor número puede ser usado para defender
cualquier sociedad, paternalista o totalitaria en que el precio de la felicidad
es la libertad de los individuos para efectuar sus propias opciones en esa
sociedad."
3. "El
concepto de felicidad pública indudablemente tiene aplicación legítima en una
sociedad en que el consenso es que aquella consiste en más y mejores hospitales
y colegios; pero ¿qué aplicación tiene en una sociedad donde hay acuerdo
general con respecto a que la felicidad común se encuentra en el asesinato en
masa de los judíos?"
(Mac
Intyre, A., Historia de la Ética, Buenos Aires, Paidós, 1988, pp. 229 Y 230)
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