9 sept 2018

El Problema del Hombre


EL PROBLEMA DEL HOMBRE

LA NUEVA IMAGEN DEL HOMBRE.


a) Secularización.

Lo primero que salta a la vista al considerar el problema del hombre en la actualidad es su nueva relación con el mundo, que configura una nueva Imagen de sí mismo.

El hombre actual ve con ojos distintos la naturaleza, más aún, cambia la naturaleza y, al cambiarla, se va modificando a sí mismo. Se produce el fenómeno del bumerang: como de rebote el hombre sufre el influjo de los cambios que introduce en las cosas.
De este modo se fue dando el paso “de una sensibilidad: cultural a otra” (1), el paso del hombre primitivo al hombre secular.
El hombre es, entre los vivientes, el ser que nace más indefenso, “nace con doce meses de anticipación” —diría Portmann--, nace como un “parto prematuro’.
Comparándolo con la riqueza instintiva del animal, el hombre es un ser deficitario.
Lo mismo ocurrió con la humanidad, como totalidad histórica. Cuando despertó a la autoconciencia el hombre primitivo se sintió como desvalido frente a una naturaleza que al principio le resultaba misteriosa y hasta hostil. No conocía las leyes que rigen esta máquina inmensa y llegó a considerarse como un engranaje de este mecanismo del cual no sabía cómo zafarse. Veía la naturaleza poblada de fuerzas superiores, algo así como un rostro plural de los dioses.
Pero las cosas han cambiado, sobre todo a partir del Renacimiento.
La introducción de las matemáticas en la física ha hecho posible el dominio de la naturaleza. La época de la Ilustración (s. XVIII) llevó al hombre al uso libre y responsable de su pensamiento, sin depender de autoridades y tradiciones.
Y últimamente, los triunfos de la técnica que manipula la naturaleza, la industrialización, la urbanización, han provocado una progresiva toma de conciencia, por parte de los hombres, de su autonomía y responsabilidad frente a la construcción del mundo y de la historia.

Es un aspecto del proceso denominado SECULARIZACION: un cambio radical de la relación del hombre con el mundo: el hombre se siente cada vez más constructor autónomo y responsable del mundo.

Se ha pasado
— de la concepción del mundo y de la existencia como naturaleza estática, divinizada, en la cual todo ocurre fatalmente, sin que se pueda remediar; una naturaleza imposible de dominar, a la que hay que admirar, respetar y, dado el caso, soportar,
— a la concepción del mundo y de la existencia humana como historia dinámica, librada al dominio de la libertad del hombre. Las leyes de la naturaleza han caído en las manos del hombre; el hombre le conoce las “cartas” a la naturaleza.
Se produjo el “desencantamiento” de la Naturaleza (Max Weber).
Mientras la primera concepción tiende a “sacralizar” la naturaleza, viendo los fenómenos naturales manejados directamente por fuerzas superiores o divinas, la segunda es “desacralizante”: acentúa la autonomía del hombre y de los otros seres, que considera regidos por leyes propias.
Hoy por hoy el mundo se presenta como algo abierto y sometido al hombre, una realidad por hacer, por construir, por crear; no individualmente, por cierto, sino con la libre colaboración de todos.
El mundo es tarea, algo que está allí para ser manipulado, transformado. La sociedad y la vida individual ya no están dominadas por fuerzas incontrolables: el fatalismo cede ante la responsabilidad.
El hombre debe transformar la sociedad, y no aceptarla.
La mirada del hombre ya no se dirige hacia atrás, sino hacia adelante: la “edad de oro” ya no está en el pasado, sino en el futuro que en gran parte depende de su libertad.
La historia ya no es un escenario en el cual se desarrollan fatalmente acontecimientos importantes; la historia es obra de los hombres. Somos autores de la historia.

b) Características opuestas de las dos visiones.


* La visión del hombre primitivo era fuertemente cosmocéntrica, hasta el medievo, hasta Dante, hasta Goethe.
Los griegos comprendían todas las realidades desde esquemas mentales “cosistas”, desde conceptos extraídos del mundo infrahumano. al formarse una imagen de sí mismo, el griego se consideró como “un objeto entre los objetos”, como una cosa entre las cosas de la Naturaleza en la cual trataba de ubicarse:
se descubrió como un “microcosmos”, como una síntesis del universo.
La visión del hombre actual es antropocéntrica y personalista (no cosista): la
realidad aparece ordenada al hombre, de quien recibe el sentido.
* La visión del hombre primitivo era mítica recurría a explicaciones simbólico-religiosas de la realidad. Por ejemplo, explicaba el origen del mundo mediante la lucha de diversos dioses, el origen del hombre como la acción de un alfarero que amasa la arcilla con la sangre de un dios, las enfermedades y todo tipo de desgracias mediante la ira de la divinidad, etc.
A lo más, su conocimiento de la realidad era empírico fruto de una simple experiencia, desconocedor de las leyes que rigen los fenómenos. (El uso de sangrías, hierbas, etc., dependía de ese conocimiento vulgar.)
Pero esta visión ha comenzado a resquebrajarse con la aparición de las ciencias en el Renacimiento. La del hombre actual es una visión prevalentemente racional: descubre la relación de causa-efecto entre los fenómenos y logra dominarlos a voluntad.
Los mitos (explicaciones primitivas) fueron desplazados por la ciencia (saber racional), y los ritos (que pretendían dominar la naturaleza) cedieron el paso a la técnica (que es poder efectivo sobre la naturaleza).
Superando esquemas infantiles se ha llegado a la “mayoría de edad” y se ha abierto el camino del progreso.

c) Consecuencias de este cambio.


“Este cambio de sensibilidad cultural ha tenido y sigue teniendo amplias repercusiones. Las manifestaciones o síntomas más notorios son los siguientes:
— Ante todo, muchos descubren una nueva escala de valores, fruto de una especial sensibilidad por los valores llamados “temporales” o “humanos”, como la justicia, la solidaridad, la libertad, la igualdad, la dignidad de la persona humana. A diferencia de los hombres de otros tiempos, los de esta nueva sensibilidad no quieren vivir “mirando al cielo”, sino con los pies firmemente apoyados “sobre la tierra”. Y lo quieren realizar en el contexto global de la construcción de un mundo nuevo, de una humanidad futura y diversa.
— Ellos practican, además, un análisis más crítico sobre la situación del mundo. No adoptan una actitud sometida y resignada, sino rebelde y fiscalizante. Sobre todo, respecto a las estructuras que condicionan la consecución de los valores recién mencionados.
— Por otra parte, usan como criterio de validez y norma de acción no tanto la vuelta a las enseñanzas del pasado, al respeto y la admiración por la tradición, por lo ya realizado, por lo que siempre se hizo, sino más bien una nueva y real eficacia. Y más precisamente, la eficacia en orden a la construcción de un mundo nuevo. Consideran, pues, válido, lo que da pruebas positivas de conducir la historia hacia un porvenir mejor.
— Finalmente, experimentan la apremiante exigencia de un compromiso de acción. Compromiso que se concreta en una planificación racional, crítica y eficaz del porvenir, no sólo a nivel científico-técnico, sino sobre todo a nivel sociopolítico. Y también en una “contestación” de las injusticias existentes en la sociedad actual, y admitiendo la posibilidad y aún la necesidad de un cambio radical de las estructuras que las generan” (2).

d) Algunos aspectos negativos.


El progreso cultural, en sí mismo, es una cosa buena. Pero el hombre puede usar mal las cosas buenas; por eso el progreso se vuelve ambivalente.
La civilización que está construyendo el hombre es una gran “promesa”; pero también una gran “amenaza” … por esa misteriosa capacidad que tiene el hombre de hacer, de algún modo, su propia historia.

¿En qué ha desembocado, de hecho, actualmente el progreso material?

En el plano económico, la humanidad ha multiplicado enormemente los bienes que responden a sus necesidades fundamentales. Pero el acaparamiento de los bienes ha engendrado una escandalosa desigualdad. El progreso es progreso para pocos y a costa de los demás. El 85 por ciento de lo producido llega sólo a un tercio de la población.
En algunos sectores el dinero, el poder, el tener, la eficacia, se han convertido en los valores supremos: “tanto tienes, tanto vales”. Se busca por encima de todo el lucro, el beneficio, postergando a las personas. El hombre deja de ser el fin de la cultura científico-técnica, para ser un simple medio productor y consumidor; perdido en el mundo oscuro del tener, no acierta a descubrir su propia realidad como sujeto, como persona.
En el plano social se ha producido un cambio profundo, condicionado por el sector económico. Las relaciones entre los hombres se han potenciado notablemente, pero también se originó la esclavitud del hombre a la máquina, la explotación racionalizada por parte de los grupos dominantes, la creación del proletariado y la lucha de clases, abierta o velada.
El hombre ha llegado a dominar bastante bien su entorno, pero no acaba de dominar su propio egoísmo; antes bien, ha organizado socialmente su egoísmo.
Las consecuencias están a la vista: la guerra y el hambre, dos lacras tremendas del mundo actual.
Las grandes ciudades, por su parte, consagran la desigualdad social dando origen a zonas marginadas que configuran una subcultura de la pobreza (con su estilo de vida y sus mecanismos de defensa), una multitud que no logra integrarse al resto de la sociedad y gozar de sus beneficios. Muchas ciudades son “una isla de opulencia en un mar de miseria” (3).

* En el plano religioso se ha producido un fenómeno masivo de ateísmo, cuya causa puede ser una secularización mal entendida, que lleva a cortar toda relación con Dios (“secularismo”), o bien la injusticia y el sufrimiento de tantos inocentes en este mundo.
Mientras muchos creyentes van purificando su imagen de Dios gracias al proceso desacralizante de la secularización, otros hombres permanecen víctimas de un “religiosismo” que, en vez de impulsarlos hacia una mayor humanización, los detiene en una resignación fatalista.
Nos referimos a esa “religiosidad” de tipo cósmico, que ve en Dios la respuesta a todas las incógnitas y necesidades del hombre, y sigue pidiendo al cielo una respuesta que Dios quiere que brote de la tierra (religiosidad “alienante”).

e) Conclusión.


Todos estos cambios: la primacía de lo económico, la sociedad de consumo (que hace del hombre una “máquina de consumir” para que las ‘máquinas de producir” no dejen de funcionar), el fenómeno creciente de las grandes ciudades que favorecen el anonimato y la multiplicación de las relaciones funcionales (impersonales), han provocado una aguda crisis de las relaciones humanas (4).
Como contrapartida digamos que un rasgo de la conciencia colectiva actual es el del nosotros. “El hombre del siglo XX ha asistido —está asistiendo— a una decisiva crisis histórica del yoísmo, del nacionalismo y del clasismo”. Los tres fenómenos representan “una íntima sed universal de comunidad humana; bajo las catástrofes y los crímenes de la prensa diaria, los tres nos revelan que el pronombre ‘nosotros’ es una palabra clave de nuestra atormentada situación histórica” (5).

ORIGEN DEL PROBLEMA DEL HOMBRE.

Sólo el hombre, en nuestro planeta, se pregunta por el hombre, porque no está vinculado ciegamente a la naturaleza, porque es capaz de autoconciencia. El hombre es un “animal metafísico” (Aristóteles), un animal que se pregunta y se responde, un ser en búsqueda.

a) Los interrogantes sobre la esencia del hombre (lo que es) y sobre el significado de su existencia (para qué existe), hoy como ayer no nacen en primer lugar motivados por la curiosidad científica, orientada hacia el aumento del saber… esa curiosidad que nos lleva a explorar el universo. Afloran por sí mismos, irrumpen en la existencia y se imponen por su propio peso, Es la vida misma, con sus situaciones, la que se adelanta y plantea problemas (6).
* Estos pueden nacer del asombro y de la admiración frente al universo (el cielo estrellado, la belleza de una flor), o frente al hombre y sus creaciones; admiración que supone la actitud “contemplativa”, muy sofocada en la civilización industrial, pero no del todo apagada.

Asombro ante la fascinación de la amistad, del amor, de los ojos inocentes de un niño; admiración frente a la audacia del hombre que conquista la luna, ante el genio artístico que se expresa en la música, en la poesía, en la arquitectura...
También plantea el problema del hombre la experiencia religiosa, traducida límpidamente en el salmo octavo: “¿Quién es el hombre para que te acuerdes de él?... etc.”

* Otras veces lo que suscita problemas es el choque con la realidad, es decir, las experiencias de la frustración y del fracaso. Un accidente, una bancarrota económica, la muerte de un ser querido, una enfermedad que echa por tierra mil proyectos...; el contraste entre lo que somos y lo que quisiéramos ser, etc.
O también la experiencia del vacío y de la nada frente a una civilización industrializada, dominada únicamente por la técnica y el funcionalismo.
Muchos viven hoy un “vacío existencial” que se manifiesta sobre todo en el aburrimiento, ese “hastío de civilización” que, en las sociedades de consumo, corroe como un ácido todos los momentos de lucidez. La sociedad opulenta satisface necesidades, pero se despreocupa olímpicamente del “sentido”, del “para qué”. El ritmo acelerado de la vida actual, el alcohol y las drogas, son vanos intentos de automedicación frente al vacío existencial.

* La raíz última de esta frustración consiste en no hallarle sentido a la propia existencia. De aquí nace por reacción la necesidad urgente e insuprimible de encontrarle a la vida un significado último y definitivo, de lograr una concepción del mundo a partir de la cual la vida merezca vivirse. Y esta es, sin duda —como dice Maslow— “la motivación primaria del hombre”.
El hombre se preocupa por su futuro inmediato, porque es un ser que prevé lo que ha de venir, -diferenciándose en esto de los animales, prisioneros del presente. Pero a medida que va evolucionando en su vida personal y comunitaria, comienza a preocuparse cada vez más por su futuro menos inmediato, hasta sobrepasar los límites de su propia historia personal. Entonces surge la pregunta sobre el sentido de la vida y del mundo en que vive: “Cuál es mi finalidad? ¿Para qué estoy en este planeta? ¿Hacia dónde marcha esta aventura de la humanidad?”
La pregunta antropológica nace, sobre todo, de la confrontación entre una vida preciosa y sagrada que busca una libertad definitiva, un fundamento eterno del amor, ¡una razón válida para esperar... y esa frontera oscura de la muerte que parece destruirlo todo!
“Yo estoy dispuesto a perder la vida todas las veces que fuera necesario —dice A. Camus—-. Pero ver desvanecerse, ver que desaparece el sentido de la vida, eso es insoportable”.
En cambio, como decía Níetzsche: “Quien tiene un porqué para vivir, encontrará siempre el cómo” (7).
La Antropología, sobre todo la Filosófica, es precisamente una tentativa de asumir la problemática que acabamos de describir, es decir, de esclarecer el gran interrogante que el hombre se plantea a sí mismo: “Qué significa ser hombre?: ¿qué sentido tiene la existencia?”
Hablar del sentido es hablar del valor, de la orientación, de la finalidad de una cosa cualquiera; en nuestro caso de la existencia considerada globalmente. “Desde que el hombre se instala en la racionalidad, quiere no sólo ser y obrar, sino además saber para qué es y obra, hacia dónde se encamina, cuál es el desenlace de la trama en que se ha visto implicado por el simple hecho de existir” (8).
b) Estos problemas se han agudizado en el mundo actual, por la visión antropocéntrica del hombre moderno.

La ciencia, desde los tiempos de Copérnico (hace unos 400 años), se encargó de hacer estallar los limites espaciales y temporales de esa ‘Casa de la Naturaleza” en que habitaba el hombre, y éste se sintió como perdido en su inmensa soledad cósmica. Perdió su centro, su seguridad, de estar protegido en un universo enteramente concentrado en derredor de la minúscula tierra; se replegó sobre sí, se descubrió como sujeto, como libertad, como conciencia encarnada en el mundo, y comenzó a interrogarse sobre el sentido de su existencia,
“Dios, el Mundo y el Hombre” son los temas eternos del pensamiento humano. Pero cada época ha cargado el acento y ha enfocado la totalidad del ser desde uno de estos tres vértices de la realidad, Y hubo una época cosmocéntrica, otra teocéntrica y otra antropocéntrica. La de hoy, que es antropocéntrica, surgió en occidente con la modernidad; Kant ha dado un paso decisivo en esta dirección.
El hombre se ha vuelto “centro de perspectiva”, punto de impacto en el que se reflejan todos los existentes. Todo lo vemos a través del prisma del propio yo. Aun cuando planteamos el problema de Dios, lo hacemos en última instancia para resolver el problema del hombre.
Hasta los teólogos, como veremos, apartándose del “teocentrismo” medieval, utilizan el enfoque antropocéntrico... sin desconocer que Dios sigue siendo el “centro” de toda la realidad (9).

Este giro antropocéntrico nos invita, hoy más que nunca, a tomar conciencia de nuestros grandes interrogantes y a buscarles una solución. “¿Quién soy? ¿Cuál es mi origen? ¿Cuál es mi destino? ¿Estoy destinado a desaparecer del todo? ¿Cuál es mi situación en el universo? ¿Qué vale mi vida?... En una palabra, ¿qué es el hombre?”
Estas preguntas nos alcanzan en nuestras fibras más íntimas, pues presentimos que de su solución está pendiente el sentido de nuestra vida y de nuestra muerte y que de ella depende la profundidad de nuestro amor.
Hoy más que nunca estos interrogantes se imponen urgentemente a la conciencia de quien quiera vivir su existencia en forma realmente “humana”.
Cuando la “ciencia-filosofía antigua” se transformó en “ciencia-filosofía moderna”, el hombre tomó conciencia de que la naturaleza no está allí solamente para ser contemplada, sino para ser transformada mediante la ciencia y la técnica. Y se lanzó con entusiasmo a su dominio, llegando a realizaciones insospechadas.
La “revolución tecnológica” a que asistimos va determinando en el hombre la formación de un espíritu tecnológico. “Las máquinas no están ahí como un mundo inerte. De una u otra manera nos afectan las 24 horas del día. Su velocidad, potencia, eficacia, exactitud, imagen y sonido no pasan resbalando sobre nosotros, dejándonos intactos. Entran en nosotros y nos configuran” (10). Las máquinas nos infunden una aguda conciencia de poder y una grata sensación de autosuficiencia. Nos encierran en lo inmediato, en lo presente, en el “aquí’ y el “ahora”, haciendo que olvidemos toda preocupación por el futuro. Nos llevan a vivir en la superficie de las cosas y no nos dejan tiempo para la reflexión y la contemplación. 
Por supuesto, no desconocemos las ventajas del progreso técnico si se pone al servicio del hombre; pero queremos observar que en ese “éxtasis” o salida de sí mismo en busca de horizontes desconocidos, el hombre acaba fácilmente porolvidarse de sí mismo, de interrogarse sobre sí mismo.

·         GALLO L., Una pasión por la vida’, cd. D. Bosco, Bs.As., 1982, p. 34. 
Recomendamos la lectura del tema primero, “Nuestro mundo de hoy”, en que este autor desarrolla magistralmente lo que estamos resumiendo.
·         GALLO L., “Una pasión por la vida”, o.c., pp. 42-43.
·         LEWIS OSCAR (t 1970), “La vida”, Mortiz, México, 1969.
·         Curiosamente el cine, proyectando escenas de erotismo y agresividad, ofrece una “salida de emergencia” a un ser humano imposibilitado de expresar su relacionalidad natural por cauces normales (Cf. CENCILLO L., “Antropología cultural y sicológica”, Syntagma, Madrid, 1970, p. 84).
·         LAIN ENTRALGO P., “Teoría y realidad del otro”, 2 vol., Rev. De Occidente, Madrid, 1983, p. 396.
·         Para profundizar este punto invitamos a leer la Introducción de GEVAERT 1., “Filosofía del hombre”, Sígueme, Salamanca, 1981. Sin citarle expresamente, en él están inspiradas muchas páginas de esta Primera parte.
·         por FRANKL, V., “El hombre En busca de sentido”, Herder, Barcelona, 1981, p. 9
·         RUIZ DE LA PEÑA S.L., “El último sentido”, Marova, Madrid, 1980. 22.
·         Sigue siendo actual, a este respecto, el Discurso con que Pablo VI clausuró el Concilio Vaticano II. — Cf. Constituciones. Decretos, Declaraciones, 829.
·         VARIOS a.a. “Religión y humanismo”, PPC, Madrid, 1979, p. 17.

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