EL PROBLEMA DEL HOMBRE
LA NUEVA IMAGEN DEL HOMBRE.
a) Secularización.
Lo
primero que salta a la vista al considerar el problema del
hombre en la actualidad es su nueva relación con el mundo, que configura una
nueva Imagen de sí mismo.
El hombre actual ve con ojos distintos la naturaleza, más aún, cambia la naturaleza y, al cambiarla, se va modificando a sí mismo. Se produce el fenómeno del bumerang: como de rebote el hombre sufre el influjo de los cambios que introduce en las cosas.
De este modo se fue dando el paso “de una sensibilidad: cultural a otra” (1), el paso del hombre primitivo al hombre secular.
El hombre es, entre los vivientes, el ser que nace más indefenso, “nace con doce meses de anticipación” —diría Portmann--, nace como un “parto prematuro’.
Comparándolo con la riqueza instintiva del animal, el hombre es un ser deficitario.
Lo mismo ocurrió con la humanidad, como totalidad histórica. Cuando despertó a la autoconciencia el hombre primitivo se sintió como desvalido frente a una naturaleza que al principio le resultaba misteriosa y hasta hostil. No conocía las leyes que rigen esta máquina inmensa y llegó a considerarse como un engranaje de este mecanismo del cual no sabía cómo zafarse. Veía la naturaleza poblada de fuerzas superiores, algo así como un rostro plural de los dioses.
Pero las cosas han cambiado, sobre todo a partir del Renacimiento.
La introducción de las matemáticas en la física ha hecho posible el dominio de la naturaleza. La época de la Ilustración (s. XVIII) llevó al hombre al uso libre y responsable de su pensamiento, sin depender de autoridades y tradiciones.
Y últimamente, los triunfos de la técnica que manipula la naturaleza, la industrialización, la urbanización, han provocado una progresiva toma de conciencia, por parte de los hombres, de su autonomía y responsabilidad frente a la construcción del mundo y de la historia.
Es
un aspecto del proceso denominado SECULARIZACION: un cambio radical de la
relación del hombre con el mundo: el hombre se siente cada vez más constructor
autónomo y responsable del mundo.
Se
ha pasado
—
de la concepción del mundo y de la existencia como naturaleza estática,
divinizada, en la cual todo ocurre fatalmente, sin que se pueda remediar; una
naturaleza imposible de dominar, a la que hay que admirar, respetar y, dado el
caso, soportar,
—
a la concepción del mundo y de la existencia humana como historia dinámica,
librada al dominio de la libertad del hombre. Las leyes de la naturaleza han
caído en las manos del hombre; el hombre le conoce las “cartas” a la
naturaleza.
Se produjo el “desencantamiento” de la Naturaleza (Max Weber).
Se produjo el “desencantamiento” de la Naturaleza (Max Weber).
Mientras la primera concepción tiende a “sacralizar” la naturaleza, viendo los
fenómenos naturales manejados directamente por fuerzas superiores o divinas, la
segunda es “desacralizante”: acentúa la autonomía del hombre y de los otros
seres, que considera regidos por leyes propias.
Hoy
por hoy el mundo se presenta como algo abierto y sometido al hombre, una
realidad por hacer, por construir, por crear; no individualmente, por cierto,
sino con la libre colaboración de todos.
El mundo es tarea,
algo que está allí para ser manipulado, transformado. La sociedad y la vida
individual ya no están dominadas por fuerzas incontrolables: el fatalismo cede
ante la responsabilidad.
El hombre debe transformar la sociedad, y no aceptarla.
La mirada del hombre ya no se dirige hacia atrás, sino hacia adelante:
la “edad de oro” ya no está en el pasado, sino en el futuro que en gran parte
depende de su libertad.
La historia ya no es un escenario en el cual se desarrollan
fatalmente acontecimientos importantes; la historia es obra de los hombres.
Somos autores de la historia.
b) Características opuestas de las dos visiones.
*
La visión del hombre primitivo era fuertemente cosmocéntrica, hasta el medievo,
hasta Dante, hasta Goethe.
Los
griegos comprendían todas las realidades desde esquemas mentales “cosistas”,
desde conceptos extraídos del mundo infrahumano. Y al formarse una imagen
de sí mismo, el griego se consideró como “un objeto entre los objetos”, como
una cosa entre las cosas de la Naturaleza en la cual trataba de ubicarse:
se descubrió como un “microcosmos”, como una síntesis del universo.
La visión del hombre actual es antropocéntrica y personalista (no cosista): la
se descubrió como un “microcosmos”, como una síntesis del universo.
La visión del hombre actual es antropocéntrica y personalista (no cosista): la
realidad aparece ordenada al hombre, de quien recibe el sentido.
*
La visión del hombre primitivo era mítica recurría
a explicaciones simbólico-religiosas de la realidad. Por ejemplo, explicaba el
origen del mundo mediante la lucha de diversos dioses, el origen del hombre
como la acción de un alfarero que amasa la arcilla con la sangre de un dios,
las enfermedades y todo tipo de desgracias mediante la ira de la divinidad,
etc.
A
lo más, su conocimiento de la realidad era empírico fruto de una simple
experiencia, desconocedor de las leyes que rigen los fenómenos. (El uso de
sangrías, hierbas, etc., dependía de ese conocimiento vulgar.)
Pero
esta visión ha comenzado a resquebrajarse con la aparición de las ciencias en
el Renacimiento. La del hombre actual es una visión prevalentemente racional: descubre la
relación de causa-efecto entre los fenómenos y logra dominarlos a voluntad.
Los mitos (explicaciones
primitivas) fueron desplazados por la ciencia (saber racional), y los ritos (que
pretendían dominar la naturaleza) cedieron el paso a la técnica (que es poder
efectivo sobre la naturaleza).
Superando esquemas infantiles se ha llegado a la “mayoría de edad” y se ha
abierto el camino del progreso.
c) Consecuencias de este cambio.
“Este
cambio de sensibilidad cultural ha tenido y sigue teniendo amplias
repercusiones. Las manifestaciones o síntomas más notorios son los siguientes:
— Ante todo, muchos descubren una nueva escala de valores, fruto de una especial sensibilidad por los valores llamados “temporales” o “humanos”, como la justicia, la solidaridad, la libertad, la igualdad, la dignidad de la persona humana. A diferencia de los hombres de otros tiempos, los de esta nueva sensibilidad no quieren vivir “mirando al cielo”, sino con los pies firmemente apoyados “sobre la tierra”. Y lo quieren realizar en el contexto global de la construcción de un mundo nuevo, de una humanidad futura y diversa.
— Ellos practican, además, un análisis más crítico sobre la situación del mundo. No adoptan una actitud sometida y resignada, sino rebelde y fiscalizante. Sobre todo, respecto a las estructuras que condicionan la consecución de los valores recién mencionados.
— Ante todo, muchos descubren una nueva escala de valores, fruto de una especial sensibilidad por los valores llamados “temporales” o “humanos”, como la justicia, la solidaridad, la libertad, la igualdad, la dignidad de la persona humana. A diferencia de los hombres de otros tiempos, los de esta nueva sensibilidad no quieren vivir “mirando al cielo”, sino con los pies firmemente apoyados “sobre la tierra”. Y lo quieren realizar en el contexto global de la construcción de un mundo nuevo, de una humanidad futura y diversa.
— Ellos practican, además, un análisis más crítico sobre la situación del mundo. No adoptan una actitud sometida y resignada, sino rebelde y fiscalizante. Sobre todo, respecto a las estructuras que condicionan la consecución de los valores recién mencionados.
—
Por otra parte, usan como criterio de validez y norma de acción no tanto la
vuelta a las enseñanzas del pasado, al respeto y la admiración por la
tradición, por lo ya realizado, por lo que siempre se hizo, sino más bien una
nueva y real eficacia. Y más precisamente, la eficacia en orden a la
construcción de un mundo nuevo. Consideran, pues, válido, lo que da pruebas
positivas de conducir la historia hacia un porvenir mejor.
— Finalmente, experimentan la apremiante exigencia de un compromiso de acción.
Compromiso que se concreta en una planificación racional, crítica y eficaz del
porvenir, no sólo a nivel científico-técnico, sino sobre todo a nivel
sociopolítico. Y también en una “contestación” de las injusticias existentes en
la sociedad actual, y admitiendo la posibilidad y aún la necesidad de un cambio
radical de las estructuras que las generan” (2).
d) Algunos aspectos negativos.
El
progreso cultural, en sí mismo, es una cosa buena. Pero el hombre puede usar
mal las cosas buenas; por eso el progreso se vuelve ambivalente.
La
civilización que está construyendo el hombre es una gran “promesa”; pero
también una gran “amenaza” … por esa misteriosa capacidad que tiene el hombre
de hacer, de algún modo, su propia historia.
¿En
qué ha desembocado, de hecho, actualmente el progreso material?
* En el plano económico, la humanidad
ha multiplicado enormemente los bienes que responden a sus necesidades
fundamentales. Pero el acaparamiento de los bienes ha engendrado una
escandalosa desigualdad. El progreso es progreso para pocos y a costa de los
demás. El 85 por ciento de lo producido llega sólo a un tercio de la población.
En algunos sectores el dinero, el poder, el tener, la eficacia,
se han convertido en los valores supremos: “tanto tienes, tanto vales”. Se
busca por encima de todo el lucro, el beneficio, postergando a las personas. El
hombre deja de ser el fin de la cultura científico-técnica, para ser un simple
medio productor y consumidor; perdido en el mundo oscuro del tener, no acierta
a descubrir su propia realidad como sujeto, como persona.
* En el plano social se
ha producido un cambio profundo, condicionado por el sector económico. Las
relaciones entre los hombres se han potenciado notablemente, pero también se
originó la esclavitud del hombre a la máquina, la explotación racionalizada por
parte de los grupos dominantes, la creación del proletariado y la lucha de
clases, abierta o velada.
El
hombre ha llegado a dominar bastante bien su entorno, pero no acaba de dominar
su propio egoísmo; antes bien, ha organizado socialmente su egoísmo.
Las consecuencias están a la vista: la guerra y el hambre, dos lacras tremendas del mundo actual.
Las consecuencias están a la vista: la guerra y el hambre, dos lacras tremendas del mundo actual.
Las
grandes ciudades, por su parte, consagran la desigualdad social dando origen a
zonas marginadas que configuran una subcultura de la pobreza (con su estilo de
vida y sus mecanismos de defensa), una multitud que no logra integrarse al
resto de la sociedad y gozar de sus beneficios. Muchas ciudades son “una isla
de opulencia en un mar de miseria” (3).
*
En el plano religioso se
ha producido un fenómeno masivo de ateísmo, cuya causa puede ser una
secularización mal entendida, que lleva a cortar toda relación con Dios
(“secularismo”), o bien la injusticia y el sufrimiento de tantos inocentes en
este mundo.
Mientras
muchos creyentes van purificando su imagen de Dios gracias al proceso
desacralizante de la secularización, otros hombres permanecen víctimas de un
“religiosismo” que, en vez de impulsarlos hacia una mayor humanización, los
detiene en una resignación fatalista.
Nos
referimos a esa “religiosidad” de tipo cósmico, que ve en Dios la respuesta a
todas las incógnitas y necesidades del hombre, y sigue pidiendo al cielo una
respuesta que Dios quiere que brote de la tierra (religiosidad “alienante”).
e) Conclusión.
Todos
estos cambios: la primacía de lo económico, la sociedad de consumo (que hace
del hombre una “máquina de consumir” para que las ‘máquinas de producir” no
dejen de funcionar), el fenómeno creciente de las grandes ciudades que
favorecen el anonimato y la multiplicación de las relaciones funcionales
(impersonales), han provocado una aguda crisis de las relaciones humanas (4).
Como contrapartida digamos que un rasgo de la conciencia colectiva actual es el del nosotros. “El hombre del siglo XX ha asistido —está asistiendo— a una decisiva crisis histórica del yoísmo, del nacionalismo y del clasismo”. Los tres fenómenos representan “una íntima sed universal de comunidad humana; bajo las catástrofes y los crímenes de la prensa diaria, los tres nos revelan que el pronombre ‘nosotros’ es una palabra clave de nuestra atormentada situación histórica” (5).
Como contrapartida digamos que un rasgo de la conciencia colectiva actual es el del nosotros. “El hombre del siglo XX ha asistido —está asistiendo— a una decisiva crisis histórica del yoísmo, del nacionalismo y del clasismo”. Los tres fenómenos representan “una íntima sed universal de comunidad humana; bajo las catástrofes y los crímenes de la prensa diaria, los tres nos revelan que el pronombre ‘nosotros’ es una palabra clave de nuestra atormentada situación histórica” (5).
ORIGEN DEL PROBLEMA DEL HOMBRE.
Sólo
el hombre, en nuestro planeta, se pregunta por el hombre, porque no está
vinculado ciegamente a la naturaleza, porque es capaz de autoconciencia. El
hombre es un “animal metafísico” (Aristóteles), un animal que se pregunta y se
responde, un ser en búsqueda.
a)
Los interrogantes sobre la esencia del hombre (lo que es) y sobre el
significado de su existencia (para qué existe), hoy como ayer no nacen en
primer lugar motivados por la curiosidad científica, orientada hacia el aumento
del saber… esa curiosidad que nos lleva a explorar el universo. Afloran por sí
mismos, irrumpen en la existencia y se imponen por su propio peso, Es la vida
misma, con sus situaciones, la que se adelanta y plantea problemas (6).
* Estos pueden nacer del asombro y
de la admiración frente al universo (el cielo estrellado, la belleza de una
flor), o frente al hombre y sus creaciones; admiración que supone la actitud
“contemplativa”, muy sofocada en la civilización industrial, pero no del todo
apagada.
Asombro ante la fascinación de la amistad, del amor, de los ojos
inocentes de un niño; admiración frente a la audacia del hombre que conquista
la luna, ante el genio artístico que se expresa en la música, en la poesía, en
la arquitectura...
También plantea el problema del hombre la experiencia religiosa, traducida límpidamente en el salmo octavo: “¿Quién es el hombre para que te acuerdes de él?... etc.”
También plantea el problema del hombre la experiencia religiosa, traducida límpidamente en el salmo octavo: “¿Quién es el hombre para que te acuerdes de él?... etc.”
*
Otras veces lo que suscita problemas es el choque con la realidad, es decir,
las experiencias de la frustración y del fracaso. Un accidente, una bancarrota
económica, la muerte de un ser querido, una enfermedad que echa por tierra mil
proyectos...; el contraste entre lo que somos y lo que quisiéramos ser, etc.
O también la experiencia del vacío y de la nada frente a una civilización industrializada, dominada únicamente por la técnica y el funcionalismo.
O también la experiencia del vacío y de la nada frente a una civilización industrializada, dominada únicamente por la técnica y el funcionalismo.
Muchos viven hoy un “vacío existencial” que se manifiesta sobre
todo en el aburrimiento, ese “hastío de civilización” que, en las sociedades de
consumo, corroe como un ácido todos los momentos de lucidez. La sociedad
opulenta satisface necesidades, pero se despreocupa olímpicamente del
“sentido”, del “para qué”. El ritmo acelerado de la vida actual, el alcohol y
las drogas, son vanos intentos de automedicación frente al vacío existencial.
*
La raíz última de esta frustración consiste en no hallarle sentido a la propia
existencia. De aquí nace por reacción la necesidad urgente e insuprimible
de encontrarle a la
vida un significado último y definitivo, de lograr una
concepción del mundo a partir de la cual la vida merezca vivirse. Y esta es,
sin duda —como dice Maslow— “la motivación primaria del hombre”.
El
hombre se preocupa por su futuro inmediato, porque es un ser que prevé lo que
ha de venir, -diferenciándose en esto de los animales, prisioneros del
presente. Pero a medida que va evolucionando en su vida personal y comunitaria,
comienza a preocuparse cada vez más por su futuro menos inmediato, hasta
sobrepasar los límites de su propia historia personal. Entonces surge la
pregunta sobre el sentido de la vida y del mundo en que vive: “Cuál es mi
finalidad? ¿Para qué estoy en este planeta? ¿Hacia dónde marcha esta aventura
de la humanidad?”
La
pregunta antropológica nace, sobre todo, de la confrontación entre una vida
preciosa y sagrada que busca una libertad definitiva, un fundamento eterno del
amor, ¡una razón válida para esperar... y esa frontera oscura de la muerte que
parece destruirlo todo!
“Yo estoy dispuesto a perder la vida todas las veces que fuera
necesario —dice A. Camus—-. Pero ver desvanecerse, ver que desaparece el
sentido de la vida, eso es insoportable”.
En cambio, como decía Níetzsche: “Quien tiene un porqué para
vivir, encontrará siempre el cómo” (7).
La
Antropología, sobre todo la Filosófica, es precisamente una tentativa de asumir
la problemática que acabamos de describir, es decir, de esclarecer el gran
interrogante que el hombre se plantea a sí mismo: “Qué significa ser hombre?:
¿qué sentido tiene la existencia?”
Hablar
del sentido es
hablar del valor, de la orientación, de la finalidad de una cosa cualquiera; en
nuestro caso de la existencia considerada globalmente. “Desde que el hombre se
instala en la racionalidad, quiere no sólo ser y obrar, sino además saber para
qué es y obra, hacia dónde se encamina, cuál es el desenlace de la trama en que
se ha visto implicado por el simple hecho de existir” (8).
b)
Estos problemas se han agudizado en
el mundo actual, por la visión
antropocéntrica del hombre moderno.
La
ciencia, desde los tiempos de Copérnico (hace unos 400 años), se encargó de
hacer estallar los limites espaciales y temporales de esa ‘Casa de la
Naturaleza” en que habitaba el hombre, y éste se sintió como perdido en su
inmensa soledad cósmica. Perdió su centro, su seguridad, de estar protegido en
un universo enteramente concentrado en derredor de la minúscula tierra; se
replegó sobre sí, se descubrió como sujeto, como libertad, como conciencia
encarnada en el mundo, y comenzó a interrogarse sobre el sentido de su
existencia,
“Dios, el Mundo y el Hombre” son los temas eternos del pensamiento humano. Pero cada época ha cargado el acento y ha enfocado la totalidad del ser desde uno de estos tres vértices de la realidad, Y hubo una época cosmocéntrica, otra teocéntrica y otra antropocéntrica. La de hoy, que es antropocéntrica, surgió en occidente con la modernidad; Kant ha dado un paso decisivo en esta dirección.
“Dios, el Mundo y el Hombre” son los temas eternos del pensamiento humano. Pero cada época ha cargado el acento y ha enfocado la totalidad del ser desde uno de estos tres vértices de la realidad, Y hubo una época cosmocéntrica, otra teocéntrica y otra antropocéntrica. La de hoy, que es antropocéntrica, surgió en occidente con la modernidad; Kant ha dado un paso decisivo en esta dirección.
El hombre se ha vuelto “centro de perspectiva”, punto de impacto
en el que se reflejan todos los existentes. Todo lo vemos a través del prisma
del propio yo. Aun cuando planteamos el problema de Dios, lo hacemos en última
instancia para resolver el problema del hombre.
Hasta los teólogos, como veremos, apartándose del “teocentrismo”
medieval, utilizan el enfoque antropocéntrico... sin desconocer que Dios sigue
siendo el “centro” de toda la realidad (9).
Este
giro antropocéntrico nos invita, hoy más que nunca, a tomar conciencia de
nuestros grandes interrogantes y a buscarles una solución. “¿Quién soy? ¿Cuál
es mi origen? ¿Cuál es mi destino? ¿Estoy destinado a desaparecer del todo?
¿Cuál es mi situación en el universo? ¿Qué vale mi vida?... En una palabra,
¿qué es el hombre?”
Estas
preguntas nos alcanzan en nuestras fibras más íntimas, pues presentimos que de
su solución está pendiente el sentido de nuestra vida y de nuestra muerte y que
de ella depende la profundidad de nuestro amor.
Hoy más que nunca estos interrogantes se
imponen urgentemente a la conciencia de quien quiera vivir su existencia en
forma realmente “humana”.
Cuando la “ciencia-filosofía antigua” se transformó en “ciencia-filosofía moderna”, el hombre tomó conciencia de que la naturaleza no está allí solamente para ser contemplada, sino para ser transformada mediante la ciencia y la técnica. Y se lanzó con entusiasmo a su dominio, llegando a realizaciones insospechadas.
Cuando la “ciencia-filosofía antigua” se transformó en “ciencia-filosofía moderna”, el hombre tomó conciencia de que la naturaleza no está allí solamente para ser contemplada, sino para ser transformada mediante la ciencia y la técnica. Y se lanzó con entusiasmo a su dominio, llegando a realizaciones insospechadas.
La
“revolución tecnológica” a que asistimos va determinando en el hombre la
formación de un espíritu
tecnológico. “Las máquinas no están ahí como un mundo inerte.
De una u otra manera nos afectan las 24 horas del día. Su velocidad, potencia,
eficacia, exactitud, imagen y sonido no pasan resbalando sobre nosotros,
dejándonos intactos. Entran en nosotros y nos configuran” (10). Las máquinas
nos infunden una aguda conciencia de poder y una grata sensación de
autosuficiencia. Nos encierran en lo inmediato, en lo presente, en el “aquí’ y
el “ahora”, haciendo que olvidemos toda preocupación por el futuro. Nos llevan
a vivir en la superficie de las cosas y no nos dejan tiempo para la reflexión y
la contemplación.
Por supuesto, no desconocemos las ventajas del progreso técnico si se pone al servicio del hombre; pero queremos observar que en ese “éxtasis” o salida de sí mismo en busca de horizontes desconocidos, el hombre acaba fácilmente porolvidarse de sí mismo, de interrogarse sobre sí mismo.
Por supuesto, no desconocemos las ventajas del progreso técnico si se pone al servicio del hombre; pero queremos observar que en ese “éxtasis” o salida de sí mismo en busca de horizontes desconocidos, el hombre acaba fácilmente porolvidarse de sí mismo, de interrogarse sobre sí mismo.
·
GALLO L., Una pasión por la vida’, cd. D. Bosco, Bs.As., 1982,
p. 34.
Recomendamos la lectura del tema primero, “Nuestro mundo de hoy”, en que este autor desarrolla magistralmente lo que estamos resumiendo.
Recomendamos la lectura del tema primero, “Nuestro mundo de hoy”, en que este autor desarrolla magistralmente lo que estamos resumiendo.
·
GALLO L., “Una pasión por la vida”, o.c., pp. 42-43.
·
LEWIS OSCAR (t 1970), “La vida”, Mortiz, México, 1969.
·
Curiosamente el cine, proyectando escenas de erotismo y
agresividad, ofrece una “salida de emergencia” a un ser humano imposibilitado
de expresar su relacionalidad natural por cauces normales (Cf. CENCILLO L.,
“Antropología cultural y sicológica”, Syntagma, Madrid, 1970, p. 84).
·
LAIN ENTRALGO P., “Teoría y realidad del otro”, 2 vol., Rev. De
Occidente, Madrid, 1983, p. 396.
·
Para profundizar este punto invitamos a leer la Introducción de
GEVAERT 1., “Filosofía del hombre”, Sígueme, Salamanca, 1981. Sin citarle
expresamente, en él están inspiradas muchas páginas de esta Primera parte.
·
por FRANKL, V., “El hombre En busca de sentido”, Herder,
Barcelona, 1981, p. 9
·
RUIZ DE LA PEÑA S.L., “El último sentido”, Marova, Madrid, 1980.
22.
·
Sigue siendo actual, a este respecto, el Discurso con que Pablo
VI clausuró el Concilio Vaticano II. — Cf. Constituciones. Decretos,
Declaraciones, 829.
·
VARIOS a.a. “Religión y humanismo”, PPC, Madrid, 1979, p. 17.
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